Foto | Ashfaq Yusufzai | IPS | LA PATRIA
Mujeres afganas refugiadas en Peshawar, capital de la fronteriza provincia de Jaiber Pastanjuá, en el noroccidente de Pakistán, reciben capacitación en costura y bordado.
Ashfaq Yusufzai
Peshawar (Pakistán)
“Tenía mi tienda en Afganistán, pero vine aquí tras la advertencia de los talibanes contra la costura de ropa femenina. Ahora trabajo a jornal en la tienda de un sastre local”, dijo a IPS Noor Wali, de 32 años.
Wali, quien residía en la ciudad afgana de Yalalabad, distante tan solo 130 kilómetros de Peshawar, la capital de la noroccidental y fronteriza provincia paquistaní de Jáiber Pastunjuá, dijo que una nueva orden de la autoridad de vicios y virtudes de los talibanes prohíbe a los sastres masculinos confeccionar prendas para mujeres en Kabul.
“La orden ha acabado con la mayoría de los sastres varones, que no tienen otra opción que abandonar el país o permanecer inactivos y recurrir a la mendicidad”, dijo Wali, padre de tres hijos. Antes de que los talibanes volvieran al poder en agosto de 2021, era práctica común en todo Afganistán que los hombres cosieran las prendas de las mujeres. Los sastres varones que solían confeccionar únicamente prendas femeninas son los más perjudicados, ya que la orden les ha dejado prácticamente sin trabajo.
Sacrificios
La historia de Sharif Gul no difiere de la de Wali. Gul, de 41 años, llegó a Peshawar y empezó a trabajar por 1500 rupias (unos 6 dólares) al día en una sastrería local.
“Solía ganar al menos 6000 rupias (unos 21 dólares) en mi país y más de 15 000 rupias al día (unos 52 dólares) en el Ramzan porque la gente se pone ropa nueva en el Eid al Fitr (fiesta del fin del ayuno)”, explica.
Esa fiesta pone fin al Ramadán, llamado en Pakistán Ramzan, y las familias musulmanas adquieren ropa nueva para ese día.
“Es una gran pérdida para nosotros. Hemos estado apelando a los talibanes para que se apiaden de nosotros, pero no fueron receptivos a nuestras peticiones”, dijo Gul.
Los sastres dijeron que la orden les afectaría mucho económicamente, ya que muchas sastrerías atienden solo a clientas femeninas.
Naseer Shah es otro afgano muy afectado por la prohibición talibán de coser prendas femeninas. Shah, de 39 años, que emigró a Peshawar en marzo junto con su esposa, sus tres hijos y su hija, trabaja como costurero a jornada en una sastrería pakistaní.
“Gano 3000 rupias (unos 10 dólares) al día. Mis ingresos solían rondar las 10000 rupias (unos 35 dólares) durante este mes de Ramzán. Llevo más de 15 años confeccionando prendas femeninas”, explicó.
La mayoría de los confeccionadores de ropa a medida de Kabul han dejado de coser vestidos femeninos y han empezado a vender ropa de hombre, pero esa tienen menos clientes. Para no tener que recurrir a la mendicidad, se trasladaron a Pakistán, dijo.
Competencia
Hussain Ahmad, de 50 años, un sastre afgano que emigró a Pakistán hace 30 años, contó a IPS que la afluencia de sastres afganos ha sido problemática porque no encuentran un trabajo que los remunere dignamente.
“Hemos contratado a tres sastres que llegaron recientemente tras la prohibición de los talibanes. Tenemos carga de trabajo en Ramzan, pero después del Eid al Fitr, no necesitaremos sus servicios, y se quedarán sin trabajo”, dijo Hussain, propietario de una tienda en el bazar de Muhajir de Peshawar.
Hussain dijo que la gente temía a los talibanes por sus duros castigos. “Los que llegan aquí recuerdan cómo la policía talibán les advertía si no dejaban de confeccionar las prendas de las mujeres”, anotó.
Ikramullah Shah, un profesor de economía, que enseñaba en la Universidad de Kabul, dijo a IPS que dejó su trabajo debido a la prohibición de la educación de las mujeres.
“Estamos aquí y mis dos hijas estudian en escuelas privadas. Quiero educar a mis hijas a cualquier precio”, dijo Shah. “He estado enseñando en dos escuelas afganas a tiempo parcial para ganar dinero para mi familia”, explicó.
La mayoría de las mujeres que tenían talleres de costura también han dejado de trabajar tras las instrucciones de los talibanes, dijo. Algunas modistas tenían tiendas muy grandes donde habían contratado a sastres varones y mujeres, pero ahora todas tienen que cerrar las tiendas y trabajar desde casa.
Entre los refugiados está Naseema Shah, una mujer afgana que dice que pronto empezará a coser vestidos femeninos para mujeres en Peshawar. Naseema, de 30 años, es una de las 20 mujeres afganas que están a punto de terminar un curso de formación de un mes en Peshawar, apoyado por la Agencia Alemana de Cooperación Internacional (GIZ).
Samir Khan, analista político, dijo a IPS que los talibanes se han enfrentado a una enorme presión de la comunidad internacional, incluida la ONU, para que cambien su actitud hacia las mujeres, pero la situación no ha cambiado.
“Hemos estado escuchando noticias sobre la prohibición de que las mujeres estudiantes, trabajadoras y sastres cosan vestidos femeninos, lo que es inaceptable en una sociedad civilizada”, puntualizó.
Petición
Para Khan, “los talibanes deberían hacer examen de conciencia e intentar formar parte de los esfuerzos mundiales y trabajar por el desarrollo de la mujer”. Pero reconoce que es algo que no va a pasar en el corto plazo.
“¿Cómo pueden los talibanes encaminar al país, devastado por la guerra, por la senda del progreso, si no permiten trabajar a las mujeres?”, que son la mitad del país, se preguntó.
Pakistán es un país islámico donde las mujeres gozan de igualdad de derechos, puso como contrabalanza. Khan consideró que las mujeres afganas viven tiempos muy duros, porque no se las permite ir a la escuela, trabajar o participar en actividades sociales.
Sajida Babi, una profesora afgana en Peshawar, afirma que las mujeres han sido las víctimas de la crueldad de los talibanes. “Existen estrictos códigos de vestimenta para las mujeres, que deben llevar un velo integral cuando están en el mercado”, afirmó Bibi, de 55 años.
“En mi país, las mujeres no pueden ir a las escuelas ni a los parques a divertirse, y no pueden viajar sin ir acompañadas de un hombre, lo que recuerda a la Edad de Piedra”, lamentó.
Régimen regresivo
El régimen talibán ya ha prohibido la educación de las mujeres tras su retorno al poder, tras haber gobernado el país entre 1996 y 2001. Este mes pidieron a las mujeres que dejaran de trabajar en las oficinas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), lo que probablemente repercutirá en el desarrollo de la mujer, la atención sanitaria y el control de la población en este país azotado por la violencia y gobernado por las milicias fundamentalistas.