DAHIANA JULIO CASTELLANOS | GASTRONÓMICOS
En una esquina del parque La Gotera en medio del ruido del tráfico y el caos provocado por los universitarios que transitan la zona se encuentra, bajo la sombra de un árbol, una carpa amarillenta que cubre una enorme teja gris sostenida por un poste de luz y un par de guaduas. Debajo de aquel estrecho espacio permanece estacionado un carro de comidas, metálico y brillante, en el que 15 frascos de salsas y aderezos saltan a la vista de los transeúntes.
Enseguida, pegado en un vidrio angosto está un cartel impreso en el que se lee: “Esta empresa es de Dios y como sus clientes recibe todas sus bendiciones en el nombre de Jesús”. Detrás de aquel cristal, ahora totalmente empañado por el vapor, se escucha como estallan y chisporrotean decenas de masas doradas rellenas en forma de media luna.
Llega un nuevo día y con él los mismos clientes fieles que desde hace 25 años compran empanadas en un parque sucio y descuidado en el que se mezcla el olor del aceite quemado y la marihuana. Alrededor del reconocido negocio abundan los puestos de dulces y comidas rápidas. Sin embargo, no parecen representar competencia alguna.
Detrás del carrito de empanadas hay tres mujeres dicharacheras de diferentes edades que usan delantal blanco y llevan el cabello recogido. Sincronizadas y a modo de coreografía se mueven por todo el lugar atendiendo a los comensales que se acercan. Cuando menos se lo esperan, delante del sencillo negocio hay una fila de estudiantes tatuados y perforados, profesores de traje y corbata y parejas vanidosas que vienen del otro lado de la ciudad en camionetas tan grandes que no pueden ser parqueadas en la calle del frente.
En 2017, la Policía intentó levantar el puesto de Empanadas La Gotera. Sin embargo, más de 1.200 estudiantes de la Universidad de Caldas salieron a defenderlo y lo evitaron.
Sin importar quien sea el cliente, o la posición social que tenga, las encargadas del lugar lo saludan entusiasmadas. Preguntan en coro, al igual que una mamá preocupada, qué desea comer y de inmediato le entregan un pedacito de sol endurecido que arde envuelto en una servilleta del que se desprende el aroma del pollo condimentado y la unión de la cebolla y el tomate.
Mientras tanto, un carro lento y diminuto se estaciona al lado de las personas que están concentradas comiendo. Al ver al hombre que se baja del asiento del conductor los presentes asienten con la cabeza y lanzan al aire: “Qué hubo Cali ¿qué más?”.
José Fernando López Jiménez, “el Cali”, de estatura baja, contextura gruesa, cabellera canosa y rostro simpático empieza a repartir bendiciones en nombre de Dios al mismo tiempo que llama “calidosos” a todos los que se acercan a chocar su puño. Se olvida que es el dueño del negocio y se dirige atrás del carro de empanadas convirtiéndose en un empleado más. Comienza a llenar vasos de gaseosa, entregar empanadas de res y pollo recién fritas y a sugerir la mezcla del ají a base de ajo, cebolla, cilantro y limón y la salsa de maracuyá que él mismo se inventó.
Una buena empanada debe tener buena sazón. Que se sienta el amor con el que hicieron el producto y que, además, esa persona que me lo ofrece me sonría”, explicó José Fernando López Jiménez, dueño y fundador de Empanadas La Gotera.
En el poco tiempo que permanece en el puesto hace sentir bienvenidos y reconocidos a todos los clientes que lo rodean. De repente, suena su celular y se sube con rapidez al carro pues debe ir por más empanadas. Finalmente, y como de costumbre, deja al mando al grupo de mujeres que a diario se dedican a replicar su filosofía: “Prestarle un buen servicio a todo el que venga”.
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