VAMOS MUY MAL
Señor director:
“Colombia va mal”: así estaba estampado en la carátula del N° 2127 de la revista Semana, a mediados del mes de marzo. Desde entonces, han venido desarrollándose hechos de toda índole, tan graves y nefastos que justifican el adverbio con que yo le atribuyo un grado de superlativo a la deplorable situación de nuestro pobre país. No vamos mal, vamos muy mal. Los presagios que nos atenaceaban cuando, para desdicha de la patria, el pueblo colombiano eligió a quien hoy lleva el título de presidente de la república, quedaron muy cortos. En los pocos meses de su desgobierno el país ha rodado por un despeñadero, cualquiera que sea el aspecto de su vida que se analice.
Tras haber alcanzado llegar a la presidencia – todo parece indicar que con maniobras tramposas, que le quitan toda legitimidad – el señor Petro ha confirmado no solamente que no merece ser presidente de Colombia, sino que no tiene la aptitud para serlo; y lo hace día a día, cada vez que actúa en público, en Colombia y fuera de Colombia, con sus truculencias, sus desafueros, sus mentiras, sus arrebatos megalómanos, sus amenazas veladas contra quien no comulgue con los proyectos alucinados de su desvarío político, sus deshilvanadas arengas de calle o de balcón, su empecinamiento en sacar adelante, a como dé lugar, “reformas” que no son tales, sino intentos de destruir lo poco bueno que el país ha logrado en muchos años . En un lúcido artículo, Alfredo Rangel calificaba el viernes 9 de este mes el gobierno de Petro como un “cambio en reversa”; José Alvear Sanín habla del “espectáculo nauseabundo” del actual gobierno; y por su parte el doctor Diego José Tobón afirma, para expresar el ominoso abismo hacia el que vamos rodando: “Se hunde el Titanic”; el doctor Bernardo Henao afirma : “El país se encuentra atónito ante tantos hechos escandalosos y ante las reacciones del principal responsable”; el doctor Álvaro Ramírez González escribe: “Este país va como un barco a la deriva”; y Juan Carlos Camacho Castellanos: “ Se va derrumbando poco a poco este país, que necesitaba un nuevo rumbo, no una nueva rumba”… Estas apreciaciones de pensadores y analistas connotados trazan el cuadro de lo que los colombianos estamos sintiendo: ¡vamos muy mal!
El personaje que nos gobierna está ausente de la realidad concreta, ordinaria, que aqueja a la mayoría de los colombianos, especialmente a los menos favorecidos; obnubilado por las utopías de una izquierda anacrónica, solo tiene tiempo para fantasear sobre cómo imponérselas a Colombia; y ahora, solo lo tendrá para tratar de capotear la tempestad que sobre él y su gobierno se ciernen por los escándalos que van saliendo a la luz, y que ya habían aflorado hace rato en relación con sus familiares cercanos, - su hermano y su hijo – y con unos cuantos de los que integran su cerco de áulicos y colaboradores más cercanos. Encasillado en sus ilusiones de mesías, ahora ha arremetido contra los medios de comunicación, muchos de los cuales se le han distanciado ante sus descarríos. Lo cual, por lo demás, hace parte de sus convicciones de comunista; él piensa que, como decía el Che Guevara, “la revolución no puede hacerse con una prensa libre”. Por si todo lo anterior fuera poco, se compromete y compromete a la nación en unas negociaciones con los delincuentes del ELN y otros grupos de maleantes y asesinos, en las cuales el Estado cede y cede y cede, renuncia a su función de guardián de la ley y el orden, ofrece gabelas inconstitucionales a los que han quebrantado toda ley, anegado en sangre el país y destruida su estructura; y no se inmuta ni reacciona como hubiera debido hacerlo si tuviera un ápice de dignidad, ante las cínicas declaraciones de su contertulio, el bandolero don Pablo Beltrán, que sin sonrojo dice que los secuestros – aunque hipócritamente no les dé ese nombre – y las extorsiones para financiar su actividad delictiva van a continuar. La entrega del país a las FARC, cumplida por Santos, se repite ahora a favor del ELN y sus secuaces en el desgobierno de Petro.
Y mientras tanto… la inseguridad se respira en el aire; los grupos subversivos y vandálicos, con nombres tan eufemísticamente sugestivos como guardia indígena…minga, primeras líneas…reciben del gobernante estímulos, incluso monetarios, para que sigan atentando contra el derecho de todos a la tranquilidad y al trabajo; los cultivos malditos de la coca van cubriendo áreas cada vez mayores del territorio; el ejército y la policía lucen azorados; por acción y mandato de su comandante en jefe, han debido abdicar de su deber constitucional de guardar el orden y perseguir a quienes lo subvierten, y llegan hasta ser secuestrados y humillados, sin posibilidad o ánimo de reacción, por idiotas útiles armados de garrotes…; en el horizonte de las elecciones regionales del próximo octubre, se ciernen oscuros nubarrones de amenazas y condicionamientos a la acción proselitista legítima de los actores políticos; y ya unos cuantos alcaldes municipales no pueden despachar en su propia sede, sino desde el ostracismo; y, para más desdicha, los partidos tradicionales y los nuevos que deberían erguirse en defensa de los valores tutelares de Colombia, ofrecen el lamentable espectáculo de la indecisión, de las divisiones, de la rebatiña burocrática; solo algunas voces aisladas se alzan con valor para descalificar a quien tan mal nos gobierna y rechazar sus proyectos deletéreos.
Definitivamente, sí, vamos muy mal. El Dios de Colombia, a quien seguimos invocando desde nuestro desconcierto, nos tenga de su mano misericordiosa.
Mario García Isaza c.m.
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