Escribo pensando en los lectores de La Patria, pero no solo para los del presente sino para algún lector futuro e incierto que se parezca a mí: alguien que hurgue en periódicos viejos para buscar pistas sobre épocas o personajes remotos, como una manera de dialogar con los muertos.
Por eso me gusta hacer balances al final de los gobiernos. El paso del tiempo tiende a suavizar las fallas de los gobernantes y a tratar con benevolencia a los ex, así que leer recuentos pasados opera como chapuzón cerebral.
Para esta columna busqué la que escribí hace cuatro años al final del mandato de Octavio Cardona León. Se llama "Cuestión de perspectiva" de perspectiva” y encontré un detalle olvidado: un trino que escribió Camilo Gaviria en 2015 cuando su mamá, Adriana Gutiérrez, era candidata a la Alcaldía de Manizales. Decía: “Jorge Eduardo Rojas: Felicitaciones por entregarle la ciudad a Octavio Cardona y Mario Castaño, la historia lo juzgará”. Al parecer la historia no lo juzgó. Rojas se posesiona mañana como alcalde de Manizales luego de conseguir 117 mil votos. Lo respalda su aliado tradicional, el hoy representante a la Cámara Octavio Cardona, quien esta semana reaccionó en X (Twitter) por el fallecimiento del compositor Lisandro Meza y el asesinato del alcalde de Guachené, aunque sigue sin escribir ni una sola línea tras la muerte de su aliado político de casi dos décadas, el confeso delincuente Mario Castaño.
El balance de la Alcaldía que hoy concluye Carlos Mario Marín, expolitólogo convertido en predicador cristiano, puede resumirse en dos palabras: un desastre. Propuso como lema “Manizales más grande” y entrega una administración empequeñecida, en la que el alcalde corta cintas de inauguración de almacenes como Oxxo o Decathlón ante la falta de vías, parques, escuelas y obras públicas para estrenar. Su megaobra fue la remodelación del Faneón, un parquecito de barrio que cuando llueve se inunda. Este jueves cerró su gestión con la terminación anticipada del contrato para la Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (Ptar), una obra que debió ser prioridad de quien se autodefinía como líder ambientalista.
¿Por qué esta debacle? Porque administrar le quedó gigante a su visión adolescente e inmadura del poder, que hizo trizas cualquier posibilidad de alternatividad política o de renovación juvenil en los partidos locales. La experiencia (así sea en politiquería tradicional), cotiza al alza luego de Carlos Mario. Lo suyo fue una ilusión política dilapidada por un ego agrandado, maltrato a varios colaboradores y un nepotismo ramplón, que lo llevó a vanagloriarse de haber puesto a su primo como representante a la Cámara.
Hay que recordar, sin embargo, que hace cuatro años el ambiente era muy distinto al lánguido balance que hoy entrega, con una desaprobación del 70%. Los gabinetes de gobierno, como los equipos de trabajo, pueden ser de dos clases: los conformados por gente con vuelo propio, fruto de su experiencia, capaz de proponer, de hacer cosas, y de decirle al jefe “no estoy de acuerdo” o “se está equivocando”, y los contratados para obedecer, hacer caso y decir “sí señor”. Carlos Mario empezó con un gabinete del primer tipo, pero su equipo inicial abandonó el barco al darse cuenta del riesgo de naufragio, con un capitán sin brújula. Luego de cuatro años y casi 100 cambios, el gabinete que hoy sale, es de tan corto vuelo como el alcalde, salvo pocas excepciones, como el secretario de Salud.
Ante tan poca ejecución, lo que queda de esta administración son las risibles metidas de pata de Carlos Mario: el convenio con el ficticio país de Líberland y la afirmación de que Randy Thompson, el treintañero que se hacía pasar como embajador, era veterano de la Guerra de Vietnam; el rayo acelerador ante la demora de las obras; las cebras peatonales que no conducen a ninguna parte; el video que grabó de su postoperatorio, con la nariz sangrosa, los chats con su examigo Arturo Espejo y la foto en la que se ve colorado y en la cama el día de su boda.
Hoy terminan cuatro años que parecieron una inocentada. Tengo baja expectativa sobre la Alcaldía de Jorge Eduardo Rojas, pero creo que más bajo no podemos caer, aunque hace cuatro años varios pensaron lo mismo. Ya veremos.