Desde hace algunos meses me pasé a vivir a los años 20 del siglo XX. Salgo de ese espacio temporal para desayunar, almorzar y comer, pero estoy tan concentrada en escribir mi tesis doctoral que creo que hasta mis sueños, que casi nunca recuerdo, ocurren en la Manizales de hace un siglo, entre la Avenida Cervantes y la Calle de la Esponsión.
Llevo ya algún tiempo investigando sobre las primeras mujeres que escribieron y publicaron en nuestra región, y para comprender su contexto me ayudo con libros de historia de Manizales. Eso me permitió pagar una deuda lectora que tenía desde hace años, y por fin me leí los dos tomos completos de la “Historia de la ciudad de Manizales”, escrita por el Padre Fabo en 1924 y publicada en 1926.
El Padre Fabo fue un cura español que nació en 1873 y eso se le nota en su escritura, llena de comentarios misóginos, racistas, clasistas y moralizantes. Esos sesgos no le quitan que fue también un hombre erudito, autor de varios libros, que nos miró con la distancia del extranjero, y que escribió una historia completa, rica en datos, detalles y fuentes, que al leerla hoy permite ver cómo ha crecido nuestra ciudad, al tiempo que se ha empequeñecido la mentalidad de quienes la gobiernan.
Hagan ustedes la comparación: cuenta el Padre Fabo que en 1870 se reunió una junta para construir el primer hospital de la ciudad. “La junta se decidió por el local donde hoy está la casa y colegio de las Hermanas de la Presentación (…) Comprado que fue, se procedió a la consecución de los materiales; fue tanta la actividad, que al año la obra estaba por todo punto adelantada”. ¡Al año!
La narración del Padre Fabo está llena de velocidades y entusiasmos similares para distintos proyectos de interés público. El liderazgo se ejercía desde la dirigencia de la ciudad, bien fuera el Concejo, la prefectura o la Alcaldía, instituciones que estaban en cabeza de las personas que se consideraban como las de mejor preparación, experiencia y conocimiento. Era un honor estar allí y quienes prestaban ese servicio público, algunas veces ad honorem, gozaban de legitimidad y gran capacidad de convocatoria. De ese grupo de visionarios salieron los que lideraron las primeras excursiones al Nevado del Ruiz, los esfuerzos por llevar agua a las casas, la apertura de nuevas vías y, ya en el siglo XX, la llegada del cable aéreo, del ferrocarril, y otras iniciativas de alto impacto regional. En contraste, hoy le dicen “macroproyecto” a un intercambiador vial en el barrio Los Cedros.
En “Estampas de Manizales”, publicado en 1951 por Juan Bautista Jaramillo Meza, el poeta escribe que los dos incendios registrados el 3 de julio de 1925 y el 20 de marzo de 1926 “han dejado en cenizas 34 manzanas y la Catedral, en el centro de la ciudad generosa, en nueve meses nada más, y no obstante estas catástrofes sin precedentes en la historia de las ciudades colombianas, Manizales está en pie, más firme que antes”. Se refiere a la rápida reconstrucción: la Catedral se destruyó en marzo de 1926; los planos de la actual Catedral llegaron desde París a finales de 1927 y la primera piedra se puso el 5 de febrero de 1928.
Hace no mucho volví a Salamina: sigue en ruinas la manzana sobre la calle real que se quemó en abril de 2017. Y eso para no mencionar el macrodesastre de San José, que hace 14 años luce como si lo hubiera arrasado un incendio o terremoto, en una muestra de la misma paquidermia y desidia que nos dejaron sin poder estrenar escenarios para los Juegos Deportivos Nacionales.
No suelo pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero en estos días de noticias sobre los sobrecostos y retrasos para entregar dos cuadritas peatonalizadas en la calle 48, o de docenas de precandidatos recogiendo firmas para “gerenciar la ciudad” (como si los asuntos públicos se redujeran a habilidades gerenciales), prefiero atrincherarme en los libros y viajar con mis lecturas a hace un siglo, cuando al menos nuestros gobernantes soñaban en grande, hablaban de cosas más trascendentes y generaban ilusión.