Estudié periodismo entre 1992 y 1996. Tuve profesores buenos, regulares y malos. A los malos los olvidé y a los buenos los pienso con una frecuencia que ellos ni sospechan. Sus clases de hace 30 años, sus consejos y lecturas siguen iluminando la forma en la que entiendo el periodismo de este siglo XXI, con internet, Whatsapp, redes e hipervínculos que ni soñábamos cuando tecleábamos en nuestras viejas máquinas de escribir.
Han cambiado las tecnologías, los canales y las velocidades, pero muchas de esas viejas lecciones siguen vigentes. El periodismo es un servicio público que se fundamenta en el derecho que tiene la gente a recibir información de calidad. Es un pilar de la democracia porque sin información no se pueden tomar decisiones libres y por lo tanto producir información periodística (ahora les dicen “contenidos”, y así nos va) exige un rigor ético innegociable: es necesario esperar hasta poder corroborar antes de publicar, y además hay que sopesar las consecuencias que trae publicar para personas con vidas mucho más complejas que su accidental rol de fuentes informativas.
Hace 30 años también se hablaba de la crisis del periodismo, así que ese término no me asusta. No he conocido una época en la que el periodismo (o el país) no haya estado en crisis. Pero a raíz de los llamados a la autocrítica periodística desempolvé algunas de esas viejas lecciones que vale la pena recordar:
1) El único capital de un periodista es su credibilidad: cuesta muchos años construirla, se puede perder por una única imprudencia y es muy difícil recuperarla.
2) La transparencia con la audiencia empieza por hacer públicos y explícitos los conflictos de interés.
3) El periodista no es noticia: cuando en el fútbol la noticia es el árbitro y en las elecciones la noticia es la Registraduría es porque algo grave ocurrió. Así pasa con el periodismo: el objetivo es que la gente hable sobre lo que informa el periodista y no sobre el informador.
4) Los rumores no se publican, se confirman: en el colegio teníamos un “chismógrafo”, un cuaderno que rotaba de mano en mano y en el que cualquiera podía escribir sobre tragas y cuadres. Hoy hay redes sociales. De los periodistas se espera nivel y rigor profesional, que implica investigar con método, contrastar y confirmar cada dato.
5) No titule con preguntas: una profesora decía que titular con una pregunta es engañar al lector: si sabe la respuesta, entonces titule con eso, y si la desconoce, entonces no invite al lector a buscar algo que el texto no responde. La proliferación actual de titulares interrogativos como ¿Con quién estuvo Shakira el fin de semana? obedece a la búsqueda de clics, y eso no tiene relación con el periodismo.
6) Las fuentes reservadas son insuficientes: en quinto semestre leímos un libro sobre fuentes “off the record”, que son las que dan información pero prohíben ser citadas. Después tuvimos un examen con una única pregunta: ¿Para qué sirven las fuentes off the record? La profesora nos puso 0.0 a todos los que escribimos algo distinto a “para nada”. Fue injusto: las fuentes reservadas orientan al periodista para rastrear nuevas fuentes y datos, hasta construir una historia sólida y corroborada. Decir que “sirven para nada” es un extremo, pero me inquieta el otro: notas sobre lo que dijo una única fuente “off the récord”, sin contrastación.
7) Eviten entrevistas por teléfono: hace 30 años no existía el celular y para corroborar que habíamos hablado personalmente con las fuentes los profesores exigían fotos en las que saliéramos con el entrevistado. Aprendimos que nada sustituye el diálogo cara a cara. Hoy recibo por Whatsapp mensajes de números desconocidos que me dicen: “mándame un audio de máximo un minuto en el que me digas…” y de hecho me instruyen sobre lo que debo decir.
En fin… se acabó el espacio y no hablé de la gramática, la ortografía y la belleza del lenguaje. No soy de las que piensa que todo pasado fue mejor y a diario veo ejemplos de buen periodismo, tanto en los medios llamados “tradicionales” como en los “independientes” (me choca esa maniquea clasificación), pero de vez en cuando viene bien desempolvar viejos apuntes.