El debate nacional alrededor de la reforma a la salud es el resultado de la combinación de estructuras y tendencias que están dominando el país: política pública ideologizada, funcionarios y congresistas del Gobierno nacional radicalizados, desdeño por la tecnocracia y la evidencia empírica, falacias disfrazadas de moralidad y responsabilidad social y medio ambiental, un pueblo estresado con alta vulnerabilidad socioeconómica y otro pueblo, en el mismo territorio, con significativas ventajas socioeconómicas. Lo anterior, forma un coctel perfecto para el desorden nacional y el eco a reformas donde los sofismas alimentados de sentimiento de revancha social y división de clase son la clave en el discurso.
La matriz de este debate desafortunadamente deja por fuera los análisis técnicos y la realidad de funcionamiento. Es probable que gran parte de los apoyos y ataques a la reforma a la salud ignoren el verdadero funcionamiento del sistema, con sus ventajas y desventajas, perdiendo de vista sus resultados de mediano y largo plazo. Una manera de evaluar la efectividad de los sistemas de salud es por medio de indicadores demográficos objetivos en el tiempo, por ejemplo, cobertura de atención, mortalidad infantil, esperanza de vida, desnutrición, peso al nacer y gasto de bolsillo en salud, los cuales, efectivamente muestran un importante avance en las últimas décadas, que serían un punto a favor del actual sistema.
Pero, a pesar de esto, existen retos de mejoramiento, esos principales problemas que una reforma debería abordar, específicamente: (i) La omisión de las EPS de su responsabilidad por la promoción de la salud desde la prevención de riesgos, aspecto esencial en un país con acelerado envejecimiento, resultado de la transición demográfica, y fuerte transición epidemiológica; (ii) Los heterogéneos niveles de acceso, barreras de oferta y calidad en salud entre grupos socioeconómicos y zonas geográficas; (iii) La insostenibilidad financiera con acumulación de déficits y presión de gasto por tratamiento de enfermedades no transmisibles; (iv) La desconfianza social y baja legitimidad del sistema de salud; y (v) La debilidad en su seguimiento, vigilancia e inspección.
Ahora bien, ¿dónde queda la discusión actual? En panfletos físicos y virtuales por redes sociales promovidos por representantes oficiales de las instituciones y grupos colectivos de sociedad en general, con mensajes simplistas que evocan a la eliminación total de un sistema, desechando sus beneficios y resultados positivos, y sus reales problemas de estructura, donde reina la idea sobre la estadística.
La enorme crítica al fondo y forma de la reforma a la salud debería ser el primer aprendizaje de este Gobierno, porque la percepción y sentimiento interno y externo es un país con prioridad por hacer cambios sociales históricos, pero a las malas, con baja participación y sin escuchar los contrapesos; en resumen, de manera chambona, recogiendo las actitudes arrogantes del denominado Complejo de Adán. La cuestión no es defender per se un pensamiento económico y político de derecha o izquierda, libertario o socialista, o preferir favorecer una clase social sobre otra, sino enviar un mensaje de que gobernar bajo cualquier paradigma de pensamiento requiere hacer un balance con la teoría, la evidencia y la realidad, buscando no caer en el fanatismo y el sectarismo, donde brilla la negación y el desconocimiento, especialmente por omisión voluntaria.