La noticia de la renuncia de Nicolás Restrepo Escobar a la dirección/gerencia del periódico LA PATRIA de Manizales no fue extraña. Que no lo hubiese hecho antes, dadas las circunstancias que lo aquejan, es lo que sorprende. Pero es que el Jefe es así: reservado y con un vínculo a ese medio de comunicación que sobrepasa el que sea una empresa familiar. Un apego que transmitió a quienes trabajamos con él; sin hacer ruido, ni actividades de integración que al Jefe, por su carácter, no le interesan.
Al Jefe lo responsabilizo, culpo y agradezco que me haya metido en esto del periodismo. Me vinculé a LA PATRIA en diciembre de 1999 como practicante en el área administrativa y el día de la entrevista llegué escurriendo agua y con una medalla en el bolsillo de un segundo puesto en un torneo de microfútbol. Salí del partido rumbo a la sede del Centro, en pleno aguacero, y dejé emparamada la silla de la recepción. Eran tiempos en los que en las oficinas y las salas de reacción se fumaba; Nicolás lo hacía. No recuerdo qué me preguntó ni qué dije, solo su mirada, el humo y la vista hacia la antigua Alcaldía que dos años después sería demolida para construir allí la plaza Alfonso López.
El caso es que entré a hacer mi práctica y, una vez me gradué, seguí enganchado con la implementación de su sistema de calidad. Allí me certifiqué como auditor y conocí de cabo a rabo cómo funciona el periódico. Una tarea de recolección de datos y redacción de documentos que más tarde me serviría para saber discernir lo fáctico de lo especulativo. Una labor que desesperaba al entonces subdirector del periódico Orlando Sierra Hernández porque alegaba que las noticias no se podían ni debían parametrizar. Me decía que la historia determina el estilo, la extensión y tiempo que necesita para trabajarse, no una carpeta con procedimientos de cómo y cuándo redactarla y entregarla. Y fui testigo de cómo, en un arranque de frustración, tiró su zapato contra la pared en medio de un consejo de redacción. Eran tiempos en los que se fumaba y se lanzaban cosas sin que nadie fuera a Recursos Humanos a quejarse.
Me voy del periódico en 2001 y en octubre del 2002 el Jefe me propone escribir una columna de opinión, un espacio que mantuve de manera ininterrumpida hasta febrero de este año, cuando decidí a aventurarme a monetizar mis escritos. 20 años y, si bien no me pagaron por ello, aprendí mucho y me contagié del periodismo. Gracias a ese espacio decidí estudiar este oficio del que hoy vivo. El Jefe raras veces me editó o me hizo comentarios a las columnas; si lo hizo fue porque consideraba mis puntos de vista temerarios o que mis argumentos carecían de fondo y podían traerme problemas. Opiné de lo trivial y lo importante sin mayores reproches; me dejó publicar textos experimentales como con el que cerré el vertiginoso 2008 o aquellas denuncias en las que familiares suyos estaban involucrados en casos de corrupción.
En 2007 el Jefe cometió un acto de alta irresponsabilidad. Me encargó la tarea de dirigir y editar el primer periódico popular de Manizales: Nuestro Diario; posteriormente, Q’Hubo. De liderar una sala de redacción armada con recién egresados de Comunicación Social y Periodismo, de construir una audiencia a través de noticias, titulares y contenidos sensacionalistas. “Para que esto funcione tiene que vender un mínimo de 3 mil ejemplares diarios”, me dijo. Mi compromiso (¿o angustia?) era tal que en más de una ocasión salí a las calles a vender el producto.
Y como en mis columnas, el Jefe me permitió hacer de todo en el Q’Hubo. Bueno, casi todo. Hicimos portadas experimentales (como la de la lluvia ácida), polémicas (como la del suicida de la Alcaldía), de mal gusto (que no vale la pena recordar) y autocríticas (como la del primer aniversario del periódico). Una vez me llamó a su oficina por una nota que publicamos. Era una noticia curiosa ocurrida en EE.UU. sobre una joven que deseaba tener sexo con un negro y su pareja, por complacerla, se tatuó los genitales con tinta oscura. Una situación tan inverosímil que, si no la acompañaba con la imagen de ese muchacho de piel pálida y su pene renegrido, no la iban a creer. Ese fue mi argumento. “Piense en que mi mamá desayuna leyendo este periódico”, me respondió el Jefe. Fue un momento de leve vergüenza y orgullo.
Para crecer se necesita espacio y libertad. Nicolás Restrepo Escobar me los dio. Gracias a esa oportunidad en 1999 me hice periodista, opinador y editor. Conocí el estrés intenso y el éxito de dirigir la franquicia local del periódico más leído de Colombia, duplicando en cifras a medios tradicionales como El Tiempo. De conocer las entrañas y dinámicas editoriales de un periódico. De poder hablar con presidentes y altos dignatarios a celebridades fugaces hoy olvidadas. De enrutar mi vida adulta sin decirme qué hacer o cómo hacerlo. “Fake it until you make it” (fíngelo hasta serlo) dicen los gringos y cuando se me dio el chance en LA PATRIA, él estaba estrenando cargo y posiblemente estaba tan embolatado como yo. Y confió en mí. Por eso, gracias. Y por eso siempre es y será el Jefe.
*Este texto también lo puede leer en demeuna.com