Sobre la mesa en la que escribo tengo un cartón plegado con mi nombre impreso y la cara de Gabriel García Márquez asomándose por una esquina. Un souvenir que me quedó de una reciente actividad corporativa a la que invitaron a varios periodistas de la región para ponernos al día con temas del trabajo periodístico. Allí también está impresa la frase con la que el escritor colombiano romantizó esta profesión y que se repite en cuanto evento de comunicadores o medios hay en Iberoamérica: el periodismo es “el mejor oficio del mundo”.
No sé si quienes repiten e imprimen esta frase como loritos han leído el documento de dónde proviene. El mejor oficio del mundo es el título de un texto que García Márquez leyó el 7 de octubre de 1996, durante la asamblea 52 de la Sociedad Interamericana de Prensa - SIP, y en donde no resalta las bondades y beneficios del periodismo sino que es un manifiesto sobre lo que está mal con esta profesión. Males que aún perduran.
Allí menciona cómo, en 1948, cuando empezó como un “desvalido” reportero en el periódico El Universal de Cartagena, su labor era equiparable a la de un cargaladrillos (entiéndase como poca paga y mucha responsabilidad); situación que poco ha cambiado en los medios de comunicación. Se queja de la falta de creatividad y la práctica de los egresados de las facultades de Comunicación Social y Periodismo y de cómo las empresas periodísticas, empeñadas “a fondo en la competencia feroz de la modernización material”, no contribuyen a cambiar esto. Por el contrario, “la deshumanización es galopante”.
Y eso que no le tocó vivir en los tiempos de las redes sociales. El cargaladrillos de hoy debe reportear, registrar (en audio, video y fotografía), redactar, editar y montar el material en diferentes plataformas (escritas, audiovisuales y digitales). Además, se sugiere promocionarlo con algún numeral (#) y palabras clave que activen los motores de búsqueda; importa poco que haya redundancia, interesa que llegue a una audiencia masiva. No más el pasado 28 de diciembre, en el especial de Día de los Inocentes de Noticias Caracol, mostraron cómo una de sus periodistas reportó el fallecimiento de la reina Isabel II para 14 medios hispanohablantes. Fueron 14 tomas, 14 despedidas; y donde Caracol vio un chiste, yo vi explotación.
¿El salario? Igual, tal vez menos con la inflación. En estos días el portal Pulzo publicó que un periodista en Colombia tiene un salario de uno a dos millones de pesos (https://bit.ly/3WQ3XZz), por lo que muchos deben tener un trabajo extra. Esto deriva en peor calidad de vida y salud mental. Sobre esto, la Asociación Nacional de Informadores de la Salud hizo un estudio en España en el que encontró que durante la pandemia más del 80% de los periodistas encuestados experimentaron al menos una reacción negativa como resultado de su trabajo. Además, un 44,4% padeció de agotamiento emocional, un 19% de despersonalización y un 18% sufrió de ambas por la sobrecarga de trabajo, la falta de recompensas y el conflicto entre sus propios valores y los de la empresa.
La calidad de la información se ve afectada por el volumen de tareas que se le exigen al periodista. Recuerdo un tiempo, como editor de Q’Hubo Manizales, en el que se nos exigió un número mínimo de información por edición; como fuese debíamos embutir al menos cien contenidos en cada número. Una decisión más de mercadeo que gerencia, de ventas que editorial que en ocasiones resultó en meter cosas irrelevantes para el lector local: un robo en Nairobi, la cirugía de una vedette nicaragüense… Una práctica reprochable que poco a poco los editores eliminamos una vez los tecnócratas de otras latitudes se regresaban a sus tierras con los bolsillos llenos y sin jamás haber pisado una comuna en Medellín o hablado con los lectores de Cali o de la Galería de nuestra ciudad. Cumplimos, ¿pero a qué costo?
No es un tema netamente regional, es una situación global. A comienzos de diciembre más de mil trabajadores de The New York Times se fueron a huelga exigiendo salarios dignos y mejores condiciones laborales (https://lat.ms/3I9Kgas). Hoy, según divulga el medio elquindiano.com, circula la última edición de La Crónica del Quindío luego de que el pasado 11 de diciembre los accionistas del diario decidieron liquidar y cerrar el periódico (https://bit.ly/3CceR38). Unos 40 empleados quedarán en la calle. En Estados Unidos al menos están sindicalizados, aquí solo hay colegaje, mensajes de apoyo y fundaciones que emiten comunicados y no más. ¿Merecen estas situaciones “el mejor oficio del mundo”?
Cuando Gabriel García Márquez escribió esa idea romántica lo hizo inspirándose en aquellos periodistas autodidactas de la primera mitad del siglo XX. Personajes que, sin mayor preparación y con espíritu literario, encontraron en las páginas de los periódicos un lugar donde desahogar su narrativa e imaginación al frente de una máquina de escribir y que les pagaran por ello. Inventaban. Lo hizo Gabo con su Caracas sin agua, con su famoso náufrago y con una protesta inexistente en el Chocó; también lo hizo Kapuściński (ese faro de la ética periodística), como lo contaron algunos de sus editores a Artur Domoslawski en su libro Kapuściński non-fiction.
Eran otros tiempos. Hoy el periodismo es una labor profesionalizada, con mucho más rigor y lupas puestas sobre lo que se publica. Altamente competitivo y desgastante. Al querer romantizarlo, desdibujamos responsabilidades (de dueños, gerentes, editores y cargaladrillos) y nos vamos por las ramas el momento de exigir mejores condiciones laborales. Un “esto se hace por vocación” no puede sustituir una bonificación o prima salarial. Que es el mejor oficio, el más bello, el más interesante, el más lo que sea… mientras sea bien remunerado y reconocido. Piensen en aquellos periodistas que, mientras usted y yo estaremos disfrutando el Fin de Año, ellos estarán en una sala de redacción, lejos de familia y amigos, preparando los contenidos que les exigiremos mañana. Por un 2023 más digno para este gremio.