Dice la hagiografía - que es la historia de la vida de los santos - que el rey Herodes I el Grande, celoso de que un niño nacido en Judea pudiera usurpar su poder, ordenó a sus soldados a asesinar a todo niño varón menor de 2 años en estos territorios. El objetivo de tan horrible acto era acabar con la vida de un bebé betlemita que, según los profetas, crecería para ser el Rey de reyes. A este hecho se le conoce como la Matanza de los inocentes, fecha que el mundo católico celebra hoy - 28 de diciembre - bajo el nombre de Día de los inocentes.
La matanza de infantes, sin embargo, es repetitiva a lo largo de la historia. La Biblia, en el antiguo testamento, narra cómo el faraón de Egipto mandó a matar a todos los infantes hebreos porque entre ellos estaba quien liberaría a este pueblo esclavizado. Así arranca la leyenda de Moisés, quien años más tarde y gracias a su poder divino también acabó con la vida de los primogénitos egipcios (Éxodo 11,1-10; 12,29-36).
Y así también parece que fue la historia de los orígenes del rey persa Ciro (según Heródoto) y la de Alejandro Magno (según Plutarco). Incluso la de Supermán, a quien sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster, no les bastó con acabar con niños sino con todo el planeta Kryptón. “Una vez que pasados los años se conocía la grandeza de tal o cual personaje, se confeccionaba a base de tradiciones más o menos fiables, o incluso de leyendas, una historia de su nacimiento en la que se ponían de relieve las circunstancias prodigiosas, maravillosas, divinas, del tal nacimiento”, dice el filólogo español Antonio Piñero Sáenz.
En España e hispanoamérica celebramos esta fecha con chanzas. En Colombia ya es tradición que los noticieros muestren las embarradas de sus reporteros y presentadores, de celebridades y políticos, siempre acompañadas de risas enlatadas o música asociada a la comedia. Pero no estamos para risas.
Bastó escuchar las carcajadas del ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, y la falta de empatía de los locutores de La W, Julio Sánchez Cristo y Alberto Casas, quienes entre risas le decían al político que lástima que se iba a perder el concierto del salsero Gilberto Santarosa y la rumba de la Feria de Cali por tener que atender el asesinato de dos ambientalistas en Palomino (Guajira).
Porque en eso se ha convertido Colombia: Un país donde el asesinato de líderes sociales, ambientalistas y defensores de Derechos Humanos son causa de risa para las autoridades. Somos un mal chiste.
RCN Radio reportó ayer que el Instituto de Estudios para la Paz (Indepaz), desde que se firmó el acuerdo con las Farc en el 2016 hasta principios de este diciembre, registra 234 líderes y defensores de derechos humanos fueron asesinados en Colombia. O sea, ahí todavía no están contadas Natalia Jiménez (la ambientalista asesinada junto a su esposo la semana pasada), ni la lidereza cultural tumaqueña Lucy Villareal. Tampoco Reinaldo Carrillo, líder de la Asociación Nacional de Usuarios Campesino en el Huila.
Dirán que mezclo peras con manzanas, que el Día de los inocentes se conmemora es la muerte de niños. Está bien. “Al menos 314 menores de edad murieron los últimos 15 años en Colombia aparentemente en operaciones de la fuerza pública y fueron presentados como dados de baja en combate”, reportó El Periódico de Cataluña el pasado 20 de noviembre, haciendo contexto sobre el bombardeo del Ejército a un campamento de disidentes de las Farc en el Caquetá en el que murieron ocho menores de edad. Muertos que el Gobierno ocultó. Infantes a los que el expresidente Álvaro Uribe se refirió en estos términos: “Si hay unos niños en el campamento de un terrorista, ¿qué supone uno?”.
Siendo así, qué debemos suponer de un mandatario en cuyo periodo presidencial se practicaron los mal llamados “falsos positivos”, de los que ahora están encontrando fosas comunes en diferentes municipios del país. A Herodes lo llamaron “el Grande”; a este, “el Gran colombiano”.
Propongo, entonces, que en Colombia se le cambie el nombre a esta fecha. Que la llamemos Día de Herodes, para recordar al arquetipo de los sanguinarios y que en nuestro país son muchos e idolatrados. Y no es broma.