Sin querer queriendo, y en medio de una entrevista para hablar de su futuro político, el senador Gustavo Bolívar soltó una bomba: en el Congreso hay parlamentarios que cobran favores sexuales a integrantes de sus Unidades de Trabajo Legislativo - UTL. Dijo que a él lo abordaron tres mujeres que quisieron contar sus casos, confiando en que mantendría en reserva sus nombres y sin mencionar a los políticos involucrados. Además, de que serían muchas más las afectadas.
Días después, la abogada y columnista Ana Bejarano contó cómo a ella también la acosaron en el Congreso y que son varias las mujeres bellas que se pasean por los pasillos del Capitolio y que mantienen sus cargos por complacer los deseos sexuales de algunos congresistas. Y esta semana, la periodista Vanessa de la Torre escribió una nota para el periódico El País de España en la que denuncia que Mauricio Lizcano, actual secretario general de la presidencia de la República, acosó sexualmente a una mujer que buscaba trabajo en su UTL cuando este era senador.
Una a una van cayendo estas denuncias, como las bombas de racimo que el ejército ruso descarga sobre Ucrania, pero no siempre dan en el blanco. Incluso ni siquiera explotan, como esa que cayó sobre un edificio en la ciudad de Járkov y que terminó incrustada en una cocina (entre un lavamanos y el mesón de la estufa, como si hubiesen querido tirarla en un basurero). O las que han quedado clavadas en andenes y calles a modo de enormes bolardos. Su peligro es inminente pero, en medio de un conflicto armado, son tótems de la ineficacia bélica.
De igual manera - sin estallar - van quedando estas denuncias en el Capitolio colombiano, un lugar al que le llueven acusaciones de todo tipo todos los días. Nuestro Congreso ha demostrado con creces que es un antro donde no se puede andar con escrúpulos. Donde la corrupción nace, florece, se reproduce y engorda. Donde personajes con acusaciones de feminicidio, como César Lorduy, siguen ejerciendo. Donde se roban la plata de la salud, la educación, la infraestructura, la seguridad, las pensiones, las regalías, la paz… ¿De verdad debe sorprendernos lo que Bolívar, Bejarano y De la Torre señalan? Si estos congresistas son capaces de robar el erario y dejar morir a un niño de hambre o a un adulto mayor con una enfermedad tratable, ¿debe sorprendernos que acosen y abusen de otras personas para satisfacer sus placeres sexuales?
Pero finjamos sorpresa. Como si esto nunca ocurriese en las entidades públicas y privadas. Activemos las bodeguitas de indignados, saquemos la pañoleta verde y las esposas púrpura. Por ello encuentro ridículo que la senadora Paloma Valencia se indigne y diga que no ha visto nada de eso, o que Roy Barreras, presidente del Senado, asegure que las denuncias son gravísimas y que por eso se lanzó un “protocolo bicameral, que busca mecanismos de protección, prevención y orientación sobre la violencia de género”. Documento que, no sobra decirlo, debe tener el visto bueno de los mismos congresistas.
Y será aprobado… que lo apliquen es otra cosa, porque para ser congresista se necesita cinismo. Cabe recordar que ese mismo ente gubernamental aprobó la Ley 1474 de 2011, más conocido como Estatuto Anticorrupción, y no lo cumplen.
Quienes denuncian se abstienen de dar nombres, excepto en el caso de Lizcano. Empero, su familia y entorno laboral se han manifestado y aseguran que él es incapaz de ofrecerle licor en su oficina a alguien, mucho menos acosarla sexualmente. Puede que no amenace con ofrecer contratos a cambio de favores sexuales, pero sí a cambio de votos en entidades como el ICBF de Marmato (Caldas) y lo que esto conlleva socialmente.
Por cosas como estas es que no me cabe duda de que en el Congreso hay acoso sexual y redes de trata de personas a cambio de contratos, como publicó la revista Semana (https://bit.ly/3RotU0p). El alboroto pasará en cuanto un nuevo escándalo - uno más grande - aparezca. La bomba no detonará porque son los mismos congresistas los que la recogen y llevan a un lugar fuera de nuestra vista para activarla o mostrarla cuando más les convenga. Ejemplo de ello es que unos de los acosadores denunciados por Bolívar y Bejarano ya no están en el Congreso; están, para colmo de males, en cargos más altos como la Secretaría General de la Presidencia. Pero finjamos sorpresa.