El taxi que va adelante lleva en la ventana trasera el anuncio del paro nacional que hará este gremio el próximo 22 de febrero. Allí dice que no a las plataformas digitales (como Uber), no a las fotomultas (por las cámaras que se instalaron en Manizales y que, supuestamente, son solo para controlar el tráfico), y no al alza de la gasolina. Avanzamos por la Avenida Marcelino Palacio y el taxista no le da paso a los peatones que van a cruzar la cebra a la altura del colegio Instituto Manizales. Metros más adelante, un colega suyo está parqueado debajo de un puente y orinando en espacio público; segundos después, otro taxista hace un giro prohibido y se mete en contravía por la calle 23 del sector del Liborio. Al parecer tomó esta decisión desesperado porque la grúa que obstaculiza el tránsito no encuentra dónde descargar lo que carga: un taxi destruido por un choque frontal quién sabe contra qué.
Esto ocurrió el jueves en la mañana y fueron muchas coincidencias en un trayecto de menos de un kilómetro. Trato de empatizar con las necesidades de los taxistas, pero me cuesta hacerlo cuando veo cómo conducen algunos de ellos, su falta de civismo y su arrogancia cuando en horas pico o en la noche le dicen al usuario “por allá no voy”. Debo ser muy de malas porque siempre los pillo cuando van a terminar el turno; solo uno fue sincero y dijo que evitaba la Avenida Alberto Mendoza porque de regreso subía sin carrera.
Hace rato el tema de los taxis - el del transporte público en general y el de carga, también - se le salió de las manos al gobierno y a las autoridades locales. Es un gremio, de estructura mafiosa, cuyos líderes pueden inmovilizar a las ciudades si no les dejan hacer lo que ellos quieren. Hugo Ospina, el líder de los taxistas más importante de Colombia y un troglodita en todo el sentido de la palabra, amenaza con bloquear los aeropuertos si el ministro de Transporte, Guillermo Reyes, no anuncia que se prohibirán en el país las plataformas como Uber e InDriver. O sea, si el gobierno no permite el libre mercado, que los usuarios carezcan de opciones y posibles fuentes de ingresos para algunas familias. “Es como si alguien hubiera prohibido los teléfonos celulares porque había que proteger a los teléfonos fijos”, afirmó esta semana en LA PATRIA el experto en movilidad, Darío Hidalgo.
Por su parte, Julián Osorio, representante de los taxistas en Manizales y exconcejal infame que abusó del servicio que le prestó un InDriver al delatarlo ante un policía, aseguró a este mismo medio que no sancionar estas plataformas digitales es condenar a que las ciudades se llenen de carros contribuyendo a la polución. Teme que les hagan lo que ellos han hecho. Tal vez sea muy joven para haber conocido el trolebús, un servicio municipal (lo operaba la Empresa Distrital de Transportes Urbanos de Bogotá) que transportó pasajeros en buses eléctricos por casi 50 años y que se acabaron porque la competencia con los servicios de privados los superó. Metieron más buses, más rutas, más taxis, más ruido y más contaminación. También se metieron a los políticos locales en el bolsillo hasta acabar con este medio público de movilización bogotano y de baja contaminación.
Así han operado en todo el país: frenan las posibilidades de medios de transportes más eficientes, modernos y menos contaminantes. Todo con tal de proteger los intereses de Ospina y otros capos de los taxis que, mediante extorsión y vías de hecho, aprietan a sus empleados, a sus concejales y alcaldes. Plataformas como InDriver y Uber deben regularse, no prohibirse; el usuario debe tener la posibilidad de elegir un servicio mejor y, en ocasiones, más económico. Debe existir una normativa para que no haya explotación laboral ni saturación de vehículos. Deben ponerse límites antes de que la situación tome ventaja y, como con los gremios del transporte, termine sometiendo al Estado a sus caprichos.
Finalmente, el alza de la gasolina no afecta únicamente a los taxistas y es algo que debe revisarse. Y si un conductor teme a las fotomultas (medida muchas veces arbitraria e irregular) es porque no tienen las cosas en regla o no es un buen ciudadano, como el que se orina en el espacio público, el que se mete en contravía o se estaciona sobre la avenida a esperar pasajeros sin importarle el trancón que arma, para después y conveniencia, decirles si va para allá o no.