A un año de acabar su mandato, ya no deberían sorprendernos las salidas en falso del alcalde de Manizales Carlos Mario Marín Correa. Sin embargo, lo logra. No contento con tener su popularidad e imagen por el piso, insiste en arrastrarla; es más, da la impresión de querer cavar para encontrar nuevas humillantes profundidades. Las complejidades lo abruman y las cosas más simples, las que no tiene que cambiar, las enreda. Ejemplo reciente: el Pregón de la Feria de Manizales.
Puede que 65 años no sea mucho tiempo para hablar de “tradición” pero, con apenas 173 años de fundación, Manizales es una ciudad joven. Adolescente, quizás, pues todavía no ha encontrado su identidad. Sus padres, de ascendencia montañera y arriera, quisieron que su hija fuera otra cosa más allá de una fonda en un cruce de caminos entre Popayán y Medellín, y por eso a sus descendientes los enviaron a Europa a que se educaran. Para que vieran más allá de estas montañas.
Esa prole fue la que trajo arquitectos e ingenieros alemanes, decoradores franceses e italianos, banqueros ingleses y, tal vez por la similitud del idioma y los apellidos, la cultura española. Lo vemos en nuestra arquitectura y en lo que fue Manizales como eje de desarrollo nacional - con ferrocarriles, grandes trilladoras de café, cable aéreo, bancos, intelectuales y artistas. Está, querámoslo o no, en nuestro modo de ser, en nuestros nombres y en nuestra Feria, inspirada en la de Sevilla, con toros, pasodobles y hasta Virgen de la Macarena.
Como mencioné antes, Manizales está en ese proceso de encontrarse. Hay una nueva generación que quiere sacudirse de esa identidad que sus padres fundadores desearon. Sacarse de encima modelos europeos, asociados al pensamiento colonial, para hallar su identidad y honrarla. Personas que cuestionan la carga simbólica de algunas actividades anacrónicas y proponen alternativas… Empero, poco o nada se ha visto en propuestas novedosas en la Feria (pasear en un helicóptero, que contribuye a la contaminación auditiva y cuya huella de carbono parece no desvelar a nuestras autoridades ambientales, no es innovador).
Entonces, mientras nos repensamos, es necesario mantener algunas tradiciones, como la lectura del Pregón. Escrito por Roberto Cardona Arias en 1954, se ha leído cada enero para dar inicio oficial a nuestra Feria. Es el anuncio oficial para que locales y foráneos celebren el deseo de vivir en Manizales y sus montañas. Así fue hasta que a Carlos Mario le dio por inventarse uno; uno más acorde a lo que es él. Cambió la “hidalguía” y “gozoso ambiente de fiesta” de su gente por asuntos de percepción. Cómo nos ven “desde un satélite”, cómo es “pasar” por aquí (que es bien diferente a “vivir”), porque así es el alcalde actual: un tipo que tiene buen lejos y por eso prefiere dar entrevistas en Bogotá y que se transmita por satélite a todo el país; que está de paso en el cargo y por eso ni se entera de las responsabilidades que trae una Alcaldía. Gilberto Cardona Rodas, exgerente del Instituto de Cultura y Turismo de Manizales, lo dijo a La Patria esta semana: “Él no ha dimensionado qué es ser alcalde de una ciudad como Manizales y la irrespeta (…) Él sabía que por ser segunda o tercera vez iba a ser rechiflado en la Plaza de Bolívar y, por salir del paso, lo que dio fue un saludo del montón e irrespetó una tradición”.
Para ser iconoclasta - sea por filosofía o por arte - hay que tener un fondo, pero nuestro alcalde carece de calado. Es un tipo pando y sometido a sus caprichos. Por ello le quedó grande repensar la Feria. Su ambientalismo y defensa de los animales era solo una imagen para atraer votantes incautos y ahí salió a los medios nacionales escurriendo el bulto: que sea el siguiente alcalde quien tome decisiones sobre cabalgatas y corridas de toros.
Aún más grande (como su lema de gobierno) le quedó el leer algo que ya estaba escrito y no ameritaba cambio. Era acogerse al guion. Era mantener una tradición innocua, pero importante al fin y al cabo, por su simbología. El sociólogo francés Pierre Bourdieu, al estudiar los sistemas simbólicos y el poder, señaló: “Lo que genera el poder de las palabras y las palabras de orden, el poder de mantener el orden o de subvertirlo, es la creencia en la legitimidad de las palabras y de quien las pronuncia”. Marín Correa carece de credibilidad por lo que sus palabras son banales e irrelevantes. Por ello, lo que hizo esta semana en la Plaza de Bolívar fue pregonar su imbecilidad. Y ni por enterado se da.