Cuando me disponía a escribir un artículo acerca de… cualquier cosa, entraron por la ventana unos graznidos articulados que, inevitablemente, distrajeron el propósito. Se activó la invencible ansia de escuchar los chismes del pueblo. Si digo que se aguzó el viejo oído de periodista, contra mi voluntad, mentiría: deseaba saber hacia dónde apuntan las filosas lenguas locales.
En una casa vecina, una vieja a la cual, quizás, varias funerarias ya expidieron orden de captura, despotricaba de “esa juventud de hoy tan perdida”. Quizás había olvidado qué es criar hijos, si los tuvo, pero cuestionaba con docta sabiduría todos los defectos de los muchachos. Mismos que vieron en mi generación, en la de ella, las de sus padres, hermanos y descendencia. La única diferencia con los de hoy es la dependencia de la tecnología. A mí me tocó el radio transistor; a lo mejor, en tiempos de la catana, lo más avanzado era la máquina de moler maíz… si no el pilón.
Me asusté. Mucho. Qué tal que la sibila esa fuera reencarnación de Nostradamus. La número 72 en lo que va corrido del año. Y como no sabemos cómo hablaba el sabio francés (ni qué quiso decir), quién quita que tuviera rasposa la voz y con ella anunciara la extinción de la Humanidad, a causa del abultamiento denominado ‘protuberancia occipital externa’, que con cada vez más frecuencia aparece en la base del cráneo de quienes viven pegados del celular. Es mucho más común en personas entre 18 y 30 años de edad.
Para tranquilizarme, comencé a reflexionar sobre si las nuevas generaciones son tan horribles, como suelen repetir muchos adultos. Las consideran cuasi inventoras de la perversión sexual. ¿Será que Calígula, Heliogábalo, el marqués de Sade o Rasputín nacieron después de la caída de las Torres Gemelas? Cierto es que ahora con el celular se divulga al instante las extravagancias amatorias, pero antes hubo un Boccaccio, una Margarita de Navarra y el mismo Sade, o un Henry Miller para contarlas. El homosexualismo y el lesbianismo, con todas sus variantes y modalidades, no son de ayer. Ni siquiera, la pederastia, que va camino de ser el undécimo mandamiento…
Que esos muchachos de ahora no leen. Los de antes sí, porque tuvimos padres y tíos que dieron ejemplo, y maestros que enseñaron. Que la música actual es una porquería. Lo es, no por ser de ahora, sino a consecuencia de la pérdida de ideales del arte. Lo mismo dijeron antes de Los Beatles, los baladistas, Wagner y Mozart, por ejemplo. Que la juventud es facilista; claro, ahora las cosas son más fáciles, empezando porque ya no hay que ganarse el espacio entre una runfla de hermanos. Hoy la competencia es con el perro… y éste va ganando.
¿Nacieron o los formaron así? Evidentemente, no son generaciones espontáneas. Entonces, debe preguntarse dónde estaban quienes criaron hijos de treinta años para acá. ¿Qué ejemplo dieron? Ausencia; priorizar la consecución de dinero sobre la educación; ostentación; predominio de lo material sobre lo afectivo; sumirlos en un mundo de fantasía donde todo es perfecto o enseñarles a resolver todo con violencia; cederles la autoridad y tenerles miedo. ¿De quién es la culpa? Y esperan que se comporten como adultos.
Agréguese un sistema educativo que maleduca, con docentes que ya no son maestros. Y la proliferación de iglesias cuyos únicos dogmas son el enriquecimiento material y la satisfacción de placeres vedados, con niños incapaces de defenderse, a la usanza de la original. Y quieren una juventud con valores.
Terminaron los venenosos graznidos contra “esos muchachos de hoy”. La vieja se fue a llevar la eucaristía a unos enfermos.