A causa del cuasiplagio del emblemático Aguardiente Amarillo, ha corrido tinta. Primero, por la noticia; después, para referirse a sus particulares orígenes: Gustavo Álvarez Gardeazábal alabó que el bronco sabor original hubiera sido suavizado con “pimienta, jengibre y otros pispirispis de las huertas caldenses”. Caldenses. En el portal Más Colombia se centraron en su materia prima tradicional, la caña gorobeta. A pesar de seguir atribuyendo el ‘invento’ a quien lo único que hizo fue despojar a los vecinos de su ancestral fuente de ingresos para vender la fórmula, y de repetir estereotipos romanticones sobre el origen, se reconoce, quizás involuntariamente, que era artesanal comunitario. Sin dueño.
Donde ocurrió el intento de apropiación mezclan verdades a medias y mentiras completas, para “demostrar” que allá está el verdadero origen del licor: en ‘El guayabo que nos producirá la Fábrica de Licores’, Jorge Alberto Velásquez alertó sobre “el Aguardiente Amarillo caldense, tan bueno y peligroso comercialmente que por eso no se puede vender hoy en Antioquia”. Elogio con mensaje subliminal. Más explícito fue Simón Ospina Vélez. Su crónica ‘Tras el secreto del aguardiente de Manzanares’ es un batiburrillo de tradiciones familiares y especulaciones: su “abuela paterna” era hija de Juan de Dios Echeverri, seguramente homónimo del administrador del zacatín manzanareño. Contaba la señora que su padre huyó de su natal Santa Bárbara en 1907, con 15 años de edad.
Fue hacia “la ribera del Cauca” y siguió “camino hasta Anserma”. Luego viajó a Manizales, donde fue “pupilo de Juan de la Cruz Gómez, maestro ronero de la Licorera de Caldas” (!). Después “llegó a Manzanares”, donde vio “la posibilidad de concentrar en sus orillas las mejores zafras de caña gorobeta, fundamento peculiar de este aguardiente”. Allá “formuló, o por lo menos curó la fórmula de una célebre o celebrada bebida de la Industria Licorera de Caldas, mientras ejercía como administrador de la destilería”. ¿Suplantación de identidades?
Con extraña discreción, “poco o nada se hablaba en familia al respecto”, prosigue Ospina. ¿Por qué no proclamar el invento del portentoso bisabuelo? Él tampoco lo había probado, “por falta de curiosidad”. Otro hubiera averiguado si tendría algún derecho de autor heredado… ¿A qué se deberá esta actitud casi indiferente? Seguramente a que el orgulloso bisnieto es novelista, no historiador, y su relato no tiene asidero. Lo cual lleva a preguntarse: si la receta del Aguardiente Amarillo fue vendida en 1905, ¿qué inventó un bisabuelo adolescente que en 1907 huía de su casa a más de 100 kilómetros de Manzanares? Si el licor es antioqueño, ¿por qué en Antioquia nunca la han destilado? ¿Por la misma razón que otros antioqueños “fundaron” Anserma hacia 1860, en el mismo punto donde se hallaba desde 1539?
La crónica cumple con el objetivo de tergiversar, enredar y confundir, hasta sembrar la duda. Luego será revelada la “verdad”: el ambarino licor es antioqueño. Con este método se han apoderado de numerosas manifestaciones culturales, especialmente caldenses. Ayudados por la ignorancia e indiferencia de estos. En la Licorera de Caldas no tienen claridad sobre el origen y el valor cultural de la bebida. Por eso dicen tonterías como que, con el nuevo diseño de la botella, “la empresa buscó traer a colación la imagen de Manzanares”. Falso, el nombre completo es Aguardiente Amarillo de Manzanares. Entretanto, el gerente de la Fábrica de Licores de Antioquia anunció que la copia volverá a finales de febrero: “Aceptamos la indicación de la SIC, que nos dice que debemos distar de la presentación del Aguardiente Amarillo de Manzanares y por ende estamos haciendo los cambios para que ese producto se lance rápidamente”. Teman la campaña publicitaria.