La Feria de Manizales ha impedido celebrar con el debido alborozo la largada de nefastos personajes que tanto daño hicieron a la ciudad y el departamento. Ojalá se hayan ido lejos (ojalá donde haya rejas) y no vuelvan a asomar las narices por estos lares, ni meter sus sucias manos en los asuntos colectivos. También se espera que los nuevos ocupantes de los despachos, sean sucesores, no continuadores.
Es bobada recordar a sujetos sin mérito ni dignidad. Mejor reflexionar acerca del ruidoso, ordinario, desaseado y riesgoso certamen que estremece a la ciudad en los albores del año. Aunque conserva algún atractivo, cada vez más tiende a la vulgaridad y la ramplonería, como si el único público que importara es el que medra en esos ambientes.
Poco o nada queda del propósito inicial, de mostrar esta capital y exaltar su identidad, con una mezcla de cultura y lúdica. Había concursos de música andina colombiana con renombrados duetos. Todavía hay fotos de estudiantinas en desfile por la carrera 23. El Reinado del Café era departamental, con todos los municipios que después se repartieron Caldas, Risaralda y Quindío. Las candidatas exhibían trajes típicos de sus municipios o el que la costurera local creía que era. Se promovió el turismo.
Pero les dio por exaltar el inexistente ancestro andaluz manizaleño y la letra escrita por Guillermo González Ospina para un bambuco, se transformó en pasodoble. A las reinas las disfrazaron de manolas sevillanas, así pocas supieran su significado o algunas supusieran que la fiesta era patrocinada por manteca La Sevillana, precursora del aceite de cocina. La programación cultural se llenó de ballets españoles, como el de María Rosa, quien llevó al altar al torero colombiano Óscar Cruz. En el jardín de la escuela Juan XXIII levantaron tablaos flamencos y en el Teatro de Los Fundadores había temporada de zarzuela con la compañía de Faustino García. Los bailes en las casetas eran con los Italian Jazz y las mejores orquestas de Colombia. (¡Todos eran músicos!).
El Once Caldas enfrentaba a renombrados equipos brasileños, argentinos, peruanos y ecuatorianos, con todos sus titulares. Los partidos se jugaban por la mañana, porque el estadio carecía de iluminación artificial y las tardes eran para las corridas de toros.
En los años 1970 llenaron la feria de antioqueños que, armados de tiples, berreaban groserías rimadas, a cuál más chabacana. Se aprovechó su presencia para organizar concursos de mentirosos, por su facilidad ancestral para inventarlas. Los cupos resultaron insuficientes…
También se hizo un Festival Folclórico Colombiano, con agrupaciones representativas de los folclores regionales. Paradójica y tristemente, los organizadores rara vez miraron para Caldas. Pero vinieron folcloristas de la talla de Mercedes Montaño y Teófilo Potes, gigantes de la música del Pacífico, entre otros. Eran acomodados en albergues improvisados en escuelas, mal alimentados y enviados a actuar en tablados al aire libre. Los artistas del Festival Folclórico Internacional fueron mejor atendidos y presentados en El Fundadores.
Después se apostó por el tango. Lo sacaron del clóset de las pistas orilleras y los barrios marginales, donde los talentosos exhibían clandestinamente sus cortes y quebradas. Los que antes se avergonzaban, de un día para otro se enorgullecieron y la feria se llenó de firuletes argentinos.
Hace tiempo se perdió el propósito de mostrar a Manizales. Ante los visitantes se oculta la verdadera cara de la ciudad, detrás de máscaras que continuamente cambia de aspecto. Un día es andaluza; otro, antioqueña o argentina. Se aparenta lo que no se es. Hoy es difícil decir qué es propio de la ciudad. Es más notorio lo foráneo. Se celebra la feria de la no identidad.