Como el eterno retorno. Yo tenía que volver a la Sierra Nevada de Santa Marta. A ciudad Perdida he ido varias veces, pero a los picos sería esta la segunda vez. Ahora Wilson Alvarez y su equipo me ofrecían la oportunidad de acercarme a las altas lagunas frente a los picos nevados. La primera vez fue a principios de los 80, en compañía de Pepe Gómez y de Diego Mesa. Fue una larga, dura y bellísima excursión. Salimos a pie cargados de pesados morrales desde Valledupar y pasando por varios pueblos indígenas arhuacos subimos remontando la cuenca del río Guatapurí.
Este río, presente en muchos vallenatos, pasa por Valledupar y allí en el famoso Balneario Hurtado presidido por la estatua de la Sirenita del Guatapurí hace las delicias de miles de bañistas. En nuestro recorrido pasamos por los poblados indígenas de Donachuí, Sogrome y Sacaracunque, siempre en implacable ascenso. Los arhuacos, muy celosos de sus tradiciones en estos pueblos alejados de la civilización de “los hermanitos menores”, como nos llaman a nosotros, nos recibieron amablemente y en todos ellos hicimos noche. Fueron muchas las peripecias, algunas no tan agradables las que vivimos en este viaje. Así llegamos al corazón de la Sierra donde se encuentra la laguna de Naboba. A su orilla levantamos la carpa durante varios días y nos dedicamos a explorar la zona y a escalar los picos. Frente a nosotros estaban los picos más altos de la Sierra: Simón Bolívar, Cristóbal Colón y la Reina.
En ese tiempo, ¡dichosos tiempos aquellos!, los picos eran una sola masa nívea, de impecable blancura. Hoy, ¡oh dolor! la nieve solo cubre escasos metros de las cumbres y los glaciares, en retroceso, prácticamente no existen.
Pasamos al lado de los restos de un helicóptero que allí se estrelló y nos dirigimos a los dos picos gemelos. En el ascenso pasamos por la zona donde había unos bellísimos penitentes. Son unas formaciones de hielo de varios metros de altura que semejan a los penitentes de las procesiones de semana santa. Llegamos a la ye, donde se decide o a la izquierda o a la derecha. Preferimos ascender al Colón que con sus 5.775 metros es el pico más alto de Colombia. Al frente teníamos el Simón Bolívar, casi al alcance de la mano, con sus 5.560 metros. Fue un momento de gran exultación, nos abrazamos y tomamos fotos, una de ellas al altímetro y otra, memorable, al mar, allá abajo, a 42 kilómetros de distancia en línea recta. No nos detuvimos mucho tiempo gozando del soberbio espectáculo de la cumbre: el mar, los otros picos, los contrafuertes rocosos y boscosos de la Sierra, las lagunas sagradas…había que descender rápido y con mucho cuidado porque la carpa estaba lejos. Habíamos salido al amanecer y llegamos ya entrada la noche a nuestro refugio. Fue un día de mucha paz, felicidad…y cansancio.
Nuestro siguiente destino fue el pico La Reina, el tercero en altura. Ascendimos con mucho cuidado pues tenía muchas grietas. La cumbre nos ofreció otros panoramas y la visión de los dos gigantes nevados desde otro ángulo. Estábamos al borde de un precipìcio ya habíamos tomado las fotos de rigor y guardado las cámaras preparando el descenso cuando del borde del abismo surgió un cóndor que pasó casi rozándonos las cabezas y se fue perdiendo hacia el norte. No tuvimos tiempo de sacar las cámaras pero durante el descenso pudimos fotografiar dos cóndores que volaban sobre la laguna Naboba. El último pico que escalamos está situado al sur de la Laguna de Naboba y es más bajo que los tres arriba mencionados.