“Usted que puede y tiene dónde, dígalo”. Así reza el mensaje que me enviaron y que firmaron 20 personas que se autocalifican como “ciudadanos indignados y del montón”. Figuran sus firmas, sus nombres perfectamente legibles y sus números de cédula. Quieren que diga que: “nos asquean los candidatos de todas las pelambres que prometen lo que nunca van a cumplir”. La carta viene de la ciudad de Manizales. Cumplo su cometido porque opino lo mismo. Años y años oyendo a los candidatos la misma retahíla de promesas que ellos mismos saben que no van a poder cumplir. El caso es convencer (¿engañar?) a los conciudadanos para que voten por ellos. Vivimos en una democracia y mientras no tengamos otra forma “mejor” de gobierno, “toca” votar.
Aclaro, antes de continuar con mi filípica, que seguramente habrá algunos candidatos honestos, decentes y verdaderamente preocupados por el país y por sus ciudadanos. Debe haber algunos en alguna parte, por suerte para sus circunscripciones electorales. Lo que verdaderamente llama la atención, o indigna, que es lo mismo, es que los candidatos tienen respuesta para todas las necesidades y para todas las preguntas que les formulan los periodistas. Sé que ese es el deber, el sagrado deber de los periodistas, el informar a la ciudadanía lo que piensan los candidatos. Pero imagino que no faltarán periodistas que por dentro se ríen de las respuestas que prometen solución a todos los problemas que aquejan a la sociedad. A todos.
¿Cuántos años llevamos oyendo a los candidatos decir que van a acabar con la corrupción? Llegan nuevas elecciones y la misma “carreta”, lo que quiere decir que los elegidos mintieron y en el peor de muchos casos ellos mismos fueron corruptos. Hablemos de la gran elección, la de Petro. Sabemos que ganó por el cansancio de los colombianos con los partidos tradicionales y sus oscuras mañas. Los tales partidos le dieron razón al nuevo presidente al adherir inmediatamente a su Gobierno. Si tanto lo criticaron durante la campaña electoral lo lógico es que se apuntaran a la oposición. No lo hicieron por miedo a perder “las migajas que caen de la mesa” del elegido, millonarias migajas y mermeladas. Y el Gobierno del cambio, el de Petro, mostró igualmente que no se apuntaba al cambio, al aceptar a los según él, podridos partidos que llevaban al país al desastre. Así estamos. Y ahora, ¿quién podrá defendernos? El Chapulín Colorado ya se murió. Me gustaría, me muero de ganas como decimos familiarmente, por poder asistir a una de esas reuniones de los partidos, de todos sin excepción, cuando de cara a las elecciones se reúnen para hablar de candidaturas, de estrategias, de convenios, de avales, de financiaciones, de todo lo concerniente al deseo de ganar las elecciones. Yo quisiera saber si se habla de los problemas que tiene el país, de la tragedia de la pobreza absoluta, del firme deseo de salvar a Colombia, de comprometerse con alma vida y sombrero para solucionar los problemas. O bien se habla de conquistar puestos en los gobiernos nacionales, departamentales y locales ¿para qué? Para tener poder y con ese poder perpetuarse y ganar mucho dinero. ¿Será así o estoy fantaseando?
Clemenceau decía: “La política me recuerda a una grúa muy grande a la que se han agarrado muchos hombres para levantar una mosca”. Pero la estocada definitiva la da Nietzsche: “El poder vuelve estúpidos a los hombres”. ¿Y yo qué haré? Muy juicioso el 29 de octubre madrugaré a votar por el que opino es el menos malo de todos los candidatos. Es deber en la democracia.