“Decíamos ayer” que no faltan seres sobre la tierra que para hacerse notar y valer lo hacen exhibiendo sin descaro lo más abyecto y bajo de sus personalidades. Citábamos el párrafo de “Ciudadela” de Saint-Exupéry que habla de los mendigos que una vez curados de sus chancros, volvían a rascarse para resucitarlos de nuevo llenos de gusanos y así exponerlos ante las caravanas. Esta actitud los hacía valer ante los demás.
A propósito del maravilloso texto a uno se le ocurren cosas. Como la actitud detestable, indigna, y rastrera de tantos políticos y gobernantes de Colombia que en vez de ruborizarse por sus crímenes, contubernios, robos al estado y cochinos procederes, se exhiben sin ningún pudor ni vergüenza y se proponen de nuevo para los altos cargos. Lo hacen porque la justicia colombiana cojea y no llega y porque tienen mucho dinero mal habido y compran conciencias y votos y porque hay miles de colombianos que pasan hambre y se venden por un tamal y otros miles de colombianos que participan de las tropelías de los imputados y criminales. Así estamos y así, al parecer, seguiremos.
Pero, bueno, Andrés, cálmate y volvamos a ese país maravilloso que es Marruecos. ¿Dónde íbamos? Hemos recorrido 360 kilómetros desde Marrakech. 360 bellísimos kilómetros en los cuales hemos visto kasbas maravillosas, museos de fósiles, oasis soñadores, ciudades mágicas, prometedoras cosechas de sandías en las arenas calcinantes del desierto, un pozo maravilloso, algunos camellos pensativos y sobre todo hemos pensado mucho porque el desierto impone muchas reflexiones sobre la vida, sobre el destino, sobre la humanidad, sobre el llamado progreso y también sobre el cambio climático.
Hemos llegado a Zagora, la llamada Puerta del Desierto. Es una ciudad de 30.000 habitantes. Con tiempo se visita la biblioteca de Tamegroute situada a 20 kilómetros y que contiene valiosos manuscritos religiosos del siglo XIII. Tamegroute fue el centro de un movimiento sufí que propugnaba por una vida más austera para acercarse a Dios. Las primeras dinastías de las seis que ha tenido Marruecos, surgieron de disidencias de las anteriores, buscando volver a una práctica más auténtica y austera de los principios del Corán.
Desde Zagora se visitan las “Tinfou dunes” que son de arena blanca y de poca elevación. Son un buen aperitivo para visitar las más famosas dunas de Marruecos a las cuales se entra por Merzouga, un pequeño poblado de bereberes. Se trata de las dunas de Erg Chebbi, que representan para mí el máximo esplendor del desierto del Sahara y uno de los más poderosos atractivos para visitar Marruecos. Estas dunas se extienden por un área de 28 kilómetros de norte a sur y de 5 a 6 de este a oeste y alcanzan 150 metros de altura. Se pueden recorrer a pie, en dromedario o en camioneta. Mirarlas en internet.
Esto último, en vehículo, me parece horrible, una profanación de la majestad y del silencio del desierto. Eso pienso yo. Otros piensan lo contrario, desafortunadamente y debe respetárseles su opción.
Pero quién me quita de la cabeza la idea de lo horrible que es ver pasar al lado cuando uno va montado en un dromedario a una camioneta 4 por 4 haciendo ruido y a lo mejor con música a todo volumen.
La experiencia de suma belleza y emoción es montar en camello (realmente dromedario) y avanzar despacio hasta la jaima donde se va a pasar una noche inolvidable en pleno desierto y a la luz de las estrellas que allí brillan casi al alcance de la mano. “Noche como esta y contemplada a solas no la puede sufrir mi corazón” diría Rafael Pombo.