A estas alturas la majestuosidad del paisaje, el silencio solo roto por el viento y por los trinos de algunos pájaros, llenaban el alma. Mis compañeros también marchaban silenciosos embebidos en el paisaje. De nuevo Víctor Hugo, mi compañero invisible en este camino: “La terre est le chemin, le but c´est l´infini. Nous allons á la vie. Lá bas une lueur immense nous convie. Nous nous arreterons quand nous serons lá” (“La tierra es el camino, el fin es el infinito. Allá lejos un resplandor inmenso nos convida. Nos detendremos cuando lleguemos allá”). Impresionante y exultante texto.
A medida que ganábamos altura en este 24 de diciembre nos enfundábamos más en nuestras chaquetas de montañistas. Habíamos tomado camino muy temprano. Llegamos a un lugar mágico, el sitio exacto donde el río Sevilla, cuya inmensa cuenca estábamos remontando, brota de la tierra. Todo nacimiento es hermoso y si es de un río más bello todavía. He explorado nacimientos de ríos en todo el planeta. Muchos no tienen un lugar exacto definido. Se forman de varios hilos o de lagunas como el Magdalena, o de una zona encharcada como Caño Cristales. Pero este que estamos viendo es maravilloso: surge de un punto exacto; de la roca brota un hilo de agua. El agua es tan límpida y pura que cien metros más abajo del nacimiento cuando ya se ha formado un tímido riachuelo el cauce parece estar seco. El agua no se ve. Las piedras del cauce parecen estar al aire como si no hubiera agua. Bebimos de ella. ”El agua es buena para el corazón” decía el Principito al encontrar un pozo en el desierto.
Llegamos a una zona de lagunas azules. Manuel, el indio kogi, nos hizo una oración y nos colocó manillas de cuerda en la muñeca para que los dioses de las montañas y de las lagunas nos protegieran. El abuelo de Manuel es mamo y tiene 105 años. Permanecimos largo rato sentados ante las lagunas pensando, pensando cosas bellas. Ante nosotros se erguía un tramo del camino rocoso casi vertical que termina en unos picos filudos. Nos faltaban algunas horas para llegar al destino. Acometimos el ascenso y llegamos a una explanada de páramo llena de frailejones. Caminamos entre ellos casi volando de la emoción y llegamos a nuestro destino, unas bellísimas lagunas. Hasta allí, a los 3.900 metros teníamos permiso para llegar. Permanecimos unas horas en el lugar, dando vueltas a las lagunas y mirando y fotografiando los picos nevados de la Sierra Nevada de Santa Marta (SNSM).
Fueron momentos de mucha emoción. Emprendimos el regreso al campamento instalado en el bosquecito donde hay un nacimiento de agua. El cielo nos premió con el vuelo de dos cóndores, apenas tuvimos tiempo para hacerles una foto. La SNSM era el último refugio en Colombia de estas poderosas aves, las más grandes voladoras del planeta. Ya existen en otras regiones del país, traídas de Estados Unidos y de Chile. Yo recuerdo que eran abundantes en el cañón del río Pasto cerca del aeropuerto de Chachagüí. Ya no queda ninguno allí. Pero los hay en el Puracé, por los lados del Cumbal y del Páramo de Ocetá en Boyacá. Hace muchos años fotografié unos entre el Puracé y el Pan de Azúcar, en los Coconucos.
Estaba yo en la oficina del entonces Inderena (que años más tarde se convertiría en el Ministerio del Medio Ambiente) y alguien llegó con la noticia de que había visto decenas de cóndores en la SNSM. Tremenda alegría. La jefa del instituto decidió convocar una rueda de prensa para el fin de semana siguiente con el fin de dar al país la gran noticia.