Se continúa la historia de la conferencia en el Ateneo de Madrid para celebrar los 50 años de La Vorágine. Hubo un momento de forcejeo entre Marta Portal y el ujier. Que lo deje entrar. Que no puedo porque me echan del puesto.
Que lo deje entrar, que yo firmo en el libro de entradas y yo respondo, dijo finalmente la novelista. Furiosa, la mujer me condujo a la sala. Cuando entré se oyó un murmullo. No sé si fue porque entré sin corbata o porque llegué tarde y todos me esperaban. A las tres personas que por turno me fueron presentando se les notaba el mal humor: la novelista, el embajador de Colombia en España y el director del Ateneo. Sin saludar a nadie, ni presentar excusas, comencé directamente recitando la que llaman Invocación a la selva. Se trata de un largo texto dirigido a la selva, a manera de saludo y exultación, tratándola de tú. Es un texto bellísimo. Por supuesto lo recité de memoria. Al terminar, a todo el mundo se le disipó el posible mal genio porque los aplausos fueron largos.
Así comienza: “¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¡Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde! Los pabellones de tus ramajes como inmensa bóveda siempre están sobe mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro que solo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje a la hora de tus crepúsculos angustiosos”, etc. Llegados a este punto, exhorto a los lectores a que lean o relean la preciosa novela.
Hablé de la novela, de José Eustasio, de Julio y de la Casa Arana, de las caucherías, de los atropellos cometidos contra los indios, relacioné estos crímenes con los que denunció Leopoldo II en el Congo Belga, por el marfil, el caucho y los diamantes; allí en África se conoció Roger Casement, personaje de La Vorágine, con Joseph Conrad; conté anécdotas y cómo es la vida en la selva; recité más pasajes, etc.
Esta ha sido la conferencia que más he preparado en mi vida porque quería hacer coincidir el momento de mayor interés de mi relato con el timbre que suena aparatoso a los 45 minutos y anuncia el final de la conferencia, máxime que me dijeron que los Príncipes no podían quedarse más de 45 minutos porque tenían otra actividad urgente enseguida. Así que preparé en mi habitación hasta la saciedad la recitación del relato para que el momento en que las terribles hormigas atacan a los hombres, coincidiera con el sonido del timbre que marcaba los fatídicos 45 minutos. Son unos cuarenta segundos.
Con mi reloj en la mesa y mirando siempre el reloj de la sala, faltando 45 segundo dije que iba a recitar el fatídico pasaje en el que se habla de cómo las hormigas devoran a los seres humanos. Y sin perder de vista los dos relojes y el público comencé la recitación.