“Marineros a la mar, que apunta ya el amanecer.” Niño yo me desplacé de Armenia a Popayán y luego a Pasto donde conocí el primer mar de mi vida, la Laguna de la Cocha. Yo era un adolescente sensible, enamorado del paisaje y de la naturaleza y lo sigo siendo. Cantábamos una canción que siempre recuerdo cuando navego en lagos y ríos del planeta. “Marineros a la mar..” ahora, en la ciénaga de los flamencos repetía mentalmente la tonada de mi niñez-adolescencia.
La bandada de flamencos que veíamos en el fondo de la laguna podría tener 60 ejemplares que nos permitieron acercarnos hasta unos 30 metros. De pronto uno dio varias zancadas sobre el agua tomando impulso y toda la bandada se desplegó por los aires. Bellísimo espectáculo el que forman sus aerodinámicas figuras alargando sus gráciles cuellos. Dieron varias vueltas sobre la ciénaga y fueron a posarse de nuevo sobre la laguna más lejos todavía. Los flamencos o flamingos me recuerdan siempre el poema “Cigüeñas Blancas” de Guillermo Valencia. Ya lo he citado aquí alguna vez, pero no resisto la tentación de recordar una estrofa:
“Esas aves me inquietan; en el alma
reconstruyen mis rotas alegrías;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días.”
Guillermo Valencia, “el Maestro Valencia,” es uno de los más grandes poetas de Colombia y de América. Parnasiano, “sacrificaba un mundo para pulir un verso”. Así, perfectos eran sus versos. Así eran los versos de “Los Camellos”.
“Dos lánguidos camellos de elásticas cervices,
de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,
los cuellos recogidos hinchadas las narices,
a grandes pasos miden un arenal de Nubia”.
De los dos sonetos “A la memoria de Josefina” entresaco esta estrofa:
“Que te amé sin rival, tú lo supiste
y lo sabe el Señor; nunca se liga
la errátil hiedra a la floresta amiga
como se unió tu ser a mi alma triste”.
El Maestro Valencia nutría su estro poético con temas orientales y clásicos. En son de burla se ha dicho que escribía sobre cigüeñas en un país de gallinazos, que escribía sobre camellos en un país de burros, que escribía sobre anacoretas como “Palemón el estilita, sucesor del viejo Antonio”, en un país de mendigos y habitantes de la calle. Comentarios que no le restan gloria al gran poeta payanés, cuyos versos me sé casi todos de memoria y que se me alborotaron mirando el vuelo de los aerodinámicos flamencos.
Volviendo a temas más prosaicos, los wayús venden ricos platos de pescado, camarones, coco y plátano y también ofrecen alojamiento en sus cabañas en camas y sobre todo en hamacas. No es nada incorrecto decir que a punta de camarones y flamencos cambiaron la construcción de sus rancherías de troncos a concreto. El siguiente destino nos llevó a la ranchería de Guillermo Camargo, un líder wayú. La ranchería se llama Copoyomana. Nos citamos con él en el Parque de los Cañones de Ríohacha donde hay un monumento a Nicolás de Federmán. La ranchería se encuentra a 40 minutos de la capital de la Guajira. De camino fotografiamos lo que queda de Pueblo Moreno, un poblado español que fue destruido por los wayús y del cual solo queda un muro casi perdido entre la maleza. Las relaciones entre los wayús y los españoles tuvieron épocas de grandes tensiones y ataques sangrientos y épocas de relativa paz. En 1769 hubo una insurrección violenta de los wayús, perfectamente datada en la historia. Guillermo quiere que visitemos su ranchería y tiene planes para fomentar el turismo hacia ella.