El mayor legado que me dejaron mis años de estudiante en el colegio Santa Inés fue la devoción a San Francisco de Asís. Como alumna iniciaba mis días rezando la Oración por la Paz, que nos dejó como regalo espiritual. Muchos años después comprendí la dimensión que ella tenía, pues San Francisco fue un santo universal, cuya mayor aspiración era lograr la paz entre todas las criaturas. En plena época de las cruzadas él quería tender puentes con las otras religiones, así fue como pudo tener una amistad entrañable con el Sultán Melek el Kamel, recuerdo de la cual se conserva un cuerno de marfil que le regaló a San Francisco, como una de las reliquias que se conservan en la Basílica de Asís.
La fiesta de San Francisco, celebrada en el colegio de diferentes maneras, siempre iba acompañada con la presentación de la película “Hermano sol, hermana luna”, que retrata, de manera hermosa, la conversión de Francisco y el inicio de la comunidad Franciscana. Si no se han visto esta película, se las recomiendo. Por lo que acabo de contar y por otras razones que mi corazón no puede explicar, desde adolescente tuve el sueño de ir a Asís. Al observar de lejos la Basílica por primera vez mi corazón saltó de alegría. A medida que nos fuimos acercando, primero en bus y luego en el trecho que todos los peregrinos deben recorrer a pie para llegar al lugar, que exige la subida de una cuesta, mi alegría fue in crescendo.
El paisaje que se observa desde el pequeño pueblo, de apenas 5.500 habitantes, es hermoso. Asís está situada en una colina de la cual se puede visualizar un amplio paisaje de la provincia de Perugia, en la región de Umbría, en el centro de Italia. Pero en este recorrido aprendí que la iglesia de la Porciúncula, la cual reconstruyó San Francisco cuando recibió el llamado de Dios, queda en un pueblo cercano a Asís, allí se encuentra la iglesia de Santa María de los Ángeles, que rodea, como un tesoro, a la pequeña iglesia. Allí también se halla la cueva en la que dormía Francisco y el jardín de rosas sin espinas, que encarna uno de los misterios de su santidad, y en medio del jardín, la estatua del santo con el hermano lobo.
Todo lo que se ve en estas dos iglesias conmueve; el que va en busca de arte, puede deleitarse con las pinturas del Giotto que adornan la Basílica, pero para las almas sencillas, la contemplación de las reliquias del santo, especialmente de su vestido lleno de remiendos y de los sencillos zapatos de fieltro con los que cubría sus pies, esos sí conmueven hasta las lágrimas. La cripta que contiene sus restos es simple y solemne, un franciscano orando de rodillas, a su lado, nos recuerda lo sagrado del lugar.
Sus restos mortales fueron enterrados debajo del altar de la Basílica en 1230, pero el lugar sólo se abrió al público en 1824, casi 600 años después. Murió el 3 de octubre de 1826. Su última plegaria fue: “Alabado seas mi Señor por nuestra hermana muerte corporal…”. Gracias querido San Francisco por permitirme llegar hasta tu tierra.