En otros años estaría escribiendo sobre los propósitos para el Año Nuevo o reflexionando acerca de lo que nos dejó el que está terminando, pero hoy, 28 de diciembre, día en el que escribo esta columna, quiero hablar sobre algo diferente.
Los regalos de Navidad vienen de muchas maneras; este llegó hace exactamente un año, el 28 de diciembre del 2022, en forma de un amigo de cuatro patas y mirada dulce. Estábamos en la casa de campo y fui con mi hija al quiosco, uno de mis lugares favoritos para pasar el tiempo, leer o simplemente contemplar el paisaje y la naturaleza. Al llegar lo vimos echado tranquilamente sobre la baldosa, al acercarnos nos miró y batió su cola, ni siquiera se levantó. Estaba flaco, lleno de garrapatas y con una herida en el cuello, aún abierta y sin tratar. Le dije a Mariana que fuera a traerle comida, que en esta época abunda en los lugares de recreo. Le trajo un plato grande, que devoró con una avidez desesperada, quién sabe hacía cuánto no comía este pobre animal, ni de dónde vendría huyendo. Apenas se despachó la primera ración le trajimos más, le dimos agua y lo dejamos tranquilo. Así pasó el día y esa noche le acomodamos una cama muy buena, que yo le había comprado a una perra pastor alemán que nos acompañó por muchos años, pero Luna nunca quiso dormir en esa cama blanda y confortable, prefería la baldosa fría, debajo de la escalera para subir a la habitación de mi mamá, ese era su sitio. Así que para el animal, acostumbrado a dormir en duras condiciones, la cama le pareció el cielo. Ahí amaneció y, como buen perro, ávido de cariño y de buena comida se fue quedando. Lo siguiente que hicimos fue traer al veterinario para hacerlo vacunar, desparasitar, erradicarle las garrapatas y tratarle la herida que le había dejado una soga atada al cuello, de la cual el perro logró liberarse, no sin que le dejara una laceración profunda. Yo lo acogí pensando que, si el perrito se volvía a ir, al menos se iría en mejores condiciones de las que llegó, con vacunas puestas y bien comido. Pero nunca se fue, ahora Max tiene un hogar junto a nosotros. Mi hermano Carlos lo adora, es su compañero; es un perro alegre, andariego, amiguero, siempre libre, pues luego de haber sufrido maltrato y de haber sido amarrado, con nosotros se quedó porque el amor y los cuidados le hicieron comprender que este era su hogar y nosotros su familia.
Con Max se cumplió un sueño de mi niñez. Cuando era pequeña soñaba con tener un lugar para acoger a los perros desamparados, bueno, no pude acoger a todos los perros que hay por ahí sufriendo hambre y maltrato, pero pude ayudar a un perrito a tener una vida mejor y feliz, en libertad y porque él nos escogió como su familia.
Ahora tengo dos perros en mi vida; una perrita adoptada, Lulú, y Max, un perrito recogido y acogido, una bendición y un regalo de Dios. A todas las personas de buen corazón les recomiendo ayudar a un animal sin hogar o que por circunstancias de la vida deba ser dado en adopción. Ellos dan amor incondicional, compañía y alegría infinita: son el mejor regalo de Navidad.
A todos les deseo un feliz y venturoso año 2024, cargado de regalos y sorpresas maravillosas, que esos sueños postergados por tanto tiempo se hagan realidad en este nuevo año que comienza.