En nuestro día a día tenemos muchas oportunidades de compartir miel o hiel. Al despertarnos podemos iniciar el día dándole gracias a Dios por esa nueva oportunidad de vivir, que inicia cuando abrimos nuestros ojos, o podemos agobiarnos, haciendo una lista de todas las razones por las que preferiríamos no salir de la cama. Al saludar a nuestros hijos en las mañanas, les podemos compartir una dosis de alegría y optimismo, para que ellos también inicien su jornada con buena actitud o podemos limitarnos a cumplir con nuestro papel de padres eficientes, dándoles un buen desayuno, procurando que lleguen a tiempo al colegio y que lleven la tarea, si es que no salen de la casa regañados por dejarse coger de la tarde o no cumplir con sus deberes. Con la pareja también hay muchas oportunidades de compartir miel en vez de hiel, pero, en la costumbre de la convivencia, a veces se nos olvidan las razones por las que escogimos a esa persona para construir un hogar e iniciar el proyecto de tener una familia y las palabras cariñosas y los detalles se van reemplazando por las indirectas, la mala cara o, peor aún, la franca confrontación, en la que la convivencia se vuelve más parecida a un campo de batalla que a un hogar, en el cual deberían prevalecer la armonía y el amor.
Esa es la vida, siempre planteándonos encrucijadas, unas más difíciles de afrontar que otras, pero la actitud con la que las enfrentemos sin duda hará la diferencia. Esta reflexión surge de la lectura de un texto, cuyo autor desconozco y no pude rastrear, acá se los comparto: “Miel o Hiel en tus palabras. No grites a nadie, no es bueno que grites, habla con paciencia, no alces la voz, los seres seguros no gritan ni ofenden, hasta los susurros clarito se entienden cuando hay armonía en el corazón. Si gritas produces pánico y terror, siembras confusiones a tu alrededor; si alguien te ofende, tu nunca respondas, será tu palabra la que atice el fuego y despierte el odio en el corazón. Habla con mesura, suave y sencillo, con palabras simples, dulces como miel, endulza el oído de aquel que te oye y así, a los tuyos también. Cuando dos personas viven en armonía y sus corazones gozan de la paz, un gesto alcanza para comprenderse, no importa si no hablas, igual te oirán. No crees temores, miedo, confusión, no uses palabras como munición, que sean tus voces oraciones de vida, savia bendecida, poema y canción. No destruyas con tu palabra, no es bueno hacer eso, mejor haz de tu palabra un himno de amor. El día que aprendamos a respetarnos con la palabra, iniciaremos el verdadero camino hacia la paz universal.” (Autor desconocido).
El mensaje es sencillo pero contundente, si lo aplicásemos, tendríamos familias más felices, viviendo en armonía, con hijos creciendo en ambientes saludables, más seguros de sí mismos y con mejores herramientas para vivir la vida y ser buenos seres humanos. Si entregáramos miel en vez de hiel en nuestro día a día, seguro que recibiríamos más amabilidad de las personas con las que interactuamos y estaríamos colaborando para vivir en paz.