Antes de la pandemia, Manizales era una ciudad reconocida por su tranquilidad y calidad de vida, que enfrentaba sus desafíos en lo que respecta a la atención de la salud mental. Se tenía manejo de los trastornos bipolares, la depresión y la ansiedad, que afectaban a un porcentaje de la población. Afortunadamente, la ocupación de las clínicas que atienden estos padecimientos era relativamente estable, y los índices de suicidio no estaban elevados. La llegada de la pandemia hizo crecer los problemas existentes, trayendo consigo nuevos desafíos para la estabilidad mental de los pobladores de la ciudad. Los hogares se vieron sometidos a un estrés sin precedentes debido al confinamiento, miedo a la enfermedad y a las dificultades económicas. Esta situación tuvo un efecto negativo en el estado de ánimo de muchos manizaleños, aumentando los trastornos mentales y, con ello, el uso de servicios de salud mental.

La población estudiantil fue una de las más afectadas durante la pandemia. La transición de la noche a la mañana a la educación virtual generó enormes dificultades, especialmente por lo que significó la adaptación a este nuevo modelo de aprendizaje y por la falta de interacción social con sus compañeros y con la comunidad. Esto generó sentimientos de aislamiento y soledad entre ellos, impactando negativamente su bienestar emocional. Después de la pandemia, la ciudad sigue enfrentando sus secuelas. Los índices de enfermedades, incluyendo depresión, ansiedad y trastornos bipolares, se han aumentado considerablemente. La demanda de servicios de salud mental ha sobrecargado las clínicas locales, evidenciando la necesidad urgente de más recursos y apoyo gubernamental.

El alarmante aumento en los índices de suicidio ha llevado a medidas extremas, como la instalación de barreras en lugares públicos como el viaducto Vizcaya. Sin embargo, estas acciones son meramente paliativas y no abordan las causas profundas de la crisis de salud mental en la ciudad. La falta de atención del Gobierno refleja una falta en la priorización del manejo de este flagelo que padece la ciudadanía. La crisis anímica ha tenido un impacto significativo en el sistema educativo de Manizales. Los estudiantes, muchos de los cuales tuvieron que luchar muy fuertemente en la pandemia con los desafíos del aprendizaje virtual, ahora están enfrentando problemas de adaptación y comportamiento. Cada día son más severos los efectos del acoso escolar, los efectos del matoneo o bullying han llegado a niveles nunca antes vistos.

Los profesores, por su parte, tuvieron que manejar en el confinamiento una sobrecarga académica, dictando sus clases sin la disposición de los equipos apropiados ni con la capacitación y conocimientos requeridos para este reto. También muy rápidamente, cuando se terminó el confinamiento, tuvieron que manejar y atender estudiantes desadaptados, violentos y agresivos, cuyos problemas de comportamiento se exacerbaron durante la pandemia. Urge la atención inmediata. De no hacerse, los daños en la salud pública cada día serán más complejos de manejar. Si los adolescentes y jóvenes no son tratados de manera adecuada, en la adultez tendrán muchas dificultades para insertarse en la sociedad de una manera adecuada. Hay que tener claro que esta es una patología que a mediano y largo plazo incapacita a los seres humanos. Verdaderamente estamos ante una bomba de tiempo. La dependencia creciente de los jóvenes y hasta niños de los dispositivos electrónicos y las redes sociales ha contribuido aún más a su ansiedad y depresión, agravando las crisis mentales, contribuyendo al aumento de patologías como la anorexia y la bulimia. La falta de participación y apoyo por parte de los padres empeora esta situación, dejando a muchos jóvenes sin el apoyo necesario para enfrentar estos desafíos y riesgos. Sin lugar a dudas la pandemia trajo consigo un impacto devastador en la salud mental de los manizaleños, aumentando los problemas existentes y creando nuevos desafíos para la sociedad en su conjunto. A medida que la ciudad lucha por recuperarse de los efectos de la pandemia, es imperativo que se asignen más recursos y atención para esta patología, tanto por parte del Gobierno como de la comunidad en general. Solo con un enfoque integral y colaborativo se podrá abordar adecuadamente esta crisis y brindar el apoyo necesario a aquellos que más lo necesitan.

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Claro está que el actual momento político que estamos viviendo poco contribuye al mejoramiento de las condiciones anímicas de los colombianos.