Desde hace varios años las barras bravas en el fútbol profesional colombiano se han convertido en un verdadero dolor de cabeza. La violencia, los disturbios y las peleas entre las diferentes hinchadas, han generado una sensación de inseguridad en la población y en especial a quienes viven en las cercanías de los estadios.
En este contexto, nuestro equipo del alma, el Once Caldas, enfrenta una difícil situación deportiva que está poniendo en riesgo su permanencia en la primera división del fútbol profesional colombiano.
El Once Caldas es un equipo con una gran tradición en el fútbol colombiano y a lo largo de los años ha sido protagonista de importantes eventos deportivos en el país. En 1994, el estadio Palogrande fue inaugurado, lo que se convirtió en un hito para la ciudad de Manizales. Gracias a este escenario, el Once logró fortalecerse y ganar reconocimiento nacional e internacional.
En el 2004, el equipo obtuvo el mayor logro de su historia al ganar la Copa Libertadores de América, convirtiéndose en el segundo club colombiano en obtener este título. Sin embargo, después de esta conquista, comenzó a tener dificultades económicas que lo llevaron al borde de la quiebra y la liquidación.
Para salvar al equipo, se necesitó la intervención de un inversionista privado que lo convirtió en una empresa comercial. Si bien esto ayudó a poner orden en el manejo financiero del club, también trajo consecuencias negativas. El nuevo propietario, sin experiencia en el mundo del fútbol, ha tenido dificultades en la consecución de jugadores y técnicos de calidad, lo que afectó el rendimiento del equipo.
Es muy lamentable la alta probabilidad de que el equipo descienda a la segunda división del fútbol colombiano, así haya ganado el último partido jugado contra Santa Fe, con lo que logró salir del último lugar en la tabla de posiciones. Triunfo que fue celebrado por los hinchas como si fuera el del campeonato. Cabe destacar el alto arraigo que tiene el equipo en la ciudad, lo que se refleja en los aproximadamente diez mil seguidores que compraron a principios del año el abono para asistir a todos los encuentros que se jugaron en el pasado torneo.
En una ciudad relativamente tranquila como Manizales, la situación se ha vuelto preocupante debido a la actitud violenta de algunos aficionados y seguidores del equipo. Recientemente, antes de que finalizara un partido de fútbol, los hinchas invadieron la cancha y atacaron tanto a los jugadores como al grupo técnico del equipo, lo que trajo consigo una suspensión de la plaza.
La violencia en los estadios y en las calles del país se ha vuelto un problema crítico. Las peleas y las agresiones personales entre las barras bravas son frecuentes y han llevado a la muerte de varias personas en diferentes ciudades del país. El fútbol que antes era un espectáculo para las familias, ahora se ha convertido en una guerra de pandillas.
Es lamentable que ni el gobierno nacional, ni los dirigentes, ni los dueños de los equipos estén interesados en tomar medidas concretas al respecto. Este es un problema que se ha convertido en un riesgo público que atenta contra la seguridad y tranquilidad de la sociedad y lo más complicado, las barras bravas se están convirtiendo en fortines políticos. En Medellín por ejemplo, el alcalde Quintero los está apoyando.
Se requieren urgentemente medidas concretas para controlar las barras bravas. Una de las posibles soluciones es prohibir el ingreso de éstas a los partidos de fútbol durante un tiempo prolongado, medida que se ha aplicado en otras partes del mundo y que ha sido efectiva para controlar la violencia en los estadios. Sin embargo, es necesario que esta sea acompañada de otras acciones concretas por parte de los gobiernos y los dirigentes deportivos.
Una de estas podría ser la implementación de programas de educación y sensibilización para los hinchas y aficionados, en los que se promueva el respeto, la tolerancia y la convivencia pacífica en los estadios y en las calles. Estos programas podrían ser liderados por los propios clubes de fútbol, en colaboración con las autoridades y las organizaciones sociales, y podrían incluir charlas, talleres, campañas publicitarias y otras actividades que contribuyan a cambiar la cultura de la violencia en el fútbol.
Otra medida importante sería la instalación de cámaras que sirvan para el control de acceso y salida de los estadios. Igualmente, es necesario que se apliquen sanciones ejemplares a quienes incurren en comportamientos violentos y delictivos, para enviar un mensaje claro de que la violencia no será tolerada en el fútbol.
Mientras se define cómo se van a manejar y controlar las barras bravas, se puede generalizar el “cierre de fronteras”, que consiste en no permitir el ingreso a las ciudades y a los escenarios de las barras de los equipos visitantes.