Cuando llega la época electoral, en Manizales y Caldas nos renace el afán de reunirnos a conversar sobre el futuro. Empiezan al alza las tertulias, los costureros, los foros, las juntanzas, los semilleros, los grupos de lectura y estudio, los espacios de reflexión, los métodos de planeación. Se cotizan los expertos o conocedores de algún tema, porque los queremos invitar y escuchar. Todo para ver si entre varios logramos saber qué nos traerá el futuro si hacemos, si no hacemos, si dejamos hacer.
Y eso está bien. Ojalá conversar el futuro no fuera solo un ímpetu de mecha corta, sino uno permanente. Ojalá no fuera a veces tan gregario y excluyente, y desconfiara de las trampas que traen los consensos cuando son fáciles y entre iguales.
Dicen, los que saben, que Julio Verne tensó tanto la cuerda entre ciencia y ficción, que no solo fue un anticipador de futuros sino que llegó a provocarlos. No los pronosticó sino que los inspiró, digamos. Los cohetes espaciales, los barcos trasatlánticos, el internet, el submarino, hasta las muñecas parlantes, todos inventos de su provocación literaria. Quienes lo leyeron en su época reconocieron de alguna forma que ese futuro sí estaba a la vuelta de la esquina y lo inventaron así la literatura ya lo hubiera inventado.
Esto es una muestra de que entre el presente y el futuro posible la palabra es la primera catalizadora. Claro que después vienen los responsables, los planes, los métodos, las inversiones, las acciones, los resultados. Pero lo primero —y lo sabemos desde el Génesis— es decir el nombre de las cosas con palabras.
Las experiencias de conversación existen pero no las vemos, porque en una mirada corta solemos reparar qué tanto conversan los que se parecen a mí. Entonces, cuando creemos nos estar conversando suficiente es porque alguien ya lo está haciendo sin nosotros.
En Manizales, una de las conversaciones de futuro más permanentes que conozco es la Conversa Unitierra, ahora también Conversa Naak. Sucede cada semana en el pabellón de ramas de la Plaza de Mercado. Actores populares y académicos se reúnen hace varios años a conversar distintos temas de la región. Allí se han construido enfoques alternativos del Buen Vivir, de la agroecología urbana, de la innovación para la participación ciudadana, de la regeneración climática, del feminismo. Todos ellos hoy con planes de acción y resultados en algunos barrios de la ciudad.
Ahora bien, la otra conversación permanente ha sido la de Estoy con Manizales —ECM—. Con más de una década pensando futuros para la ciudad, ha llegado a ser, sin duda, el espacio de mayor participación e inclusión de sectores en la ciudad. Algunas veces criticado, como cualquier espacio que se somete al escrutinio de sus propios participantes o potenciales invitados. Al final es un proceso que ha logrado entender el tipo de conversación que requiere la ciudad para cada tiempo.
En el pasado, de allí salieron hitos como la Visión de Ciudad para 2019 o el Pacto por la Educación. Desde hace cuatro años se reinventó. Así ECM ha evolucionado al punto de hoy usar un enfoque territorial, participativo y prospectivo, en búsqueda de tener conversaciones mejor sistematizadas de tal forma que se traduzcan en apuestas concretas. De allí logró ser gestor del Plan Prospectivo 2030, en un esfuerzo con el gobierno y el Programa de Desarrollo para las Naciones Unidas (http://bit.ly/3lwrj8O). También ha servido de inspiración para apuestas como el ExperTEC, de Manizales Más, o el Clúster de Telesalud.
En 2022, con el Laboratorio Ciudadano de la Universidad de Caldas pude participar dentro de la conversación de ECM sobre por qué existía tanta desconfianza ciudadana hacia las instituciones públicas y privadas. Estuvimos con políticos, empresarios, líderes estudiantiles, periodistas, fuerza pública.
 El resultado fue una matriz de propuestas y tareas para mejorar en este campo. Salieron cuatro líneas de trabajo: Diálogo social entre desiguales, transparencia, calidad en la gestión pública, compromisos con realidades de la juventud. De allí, por ejemplo, surgieron los encuentros de los últimos meses entre empresarios y estudiantes, actores de una relación que salió fracturada después del estallido social.
Conversación para acción del futuro sí hay en la ciudad. También está bien que armemos todas las que sean necesarias en cada vez más sectores. Quizás lo que falta es perderle el miedo a conversar con otros bien diferentes. Perderle el miedo a conversar en espacios en los que no necesariamente somos nosotros los que damos la palabra.