Nos vamos a ir de culos después de elecciones. Pero ese no es el punto. Lo que pasa es que nos vamos a ir de culos otra vez, como Condorito.
A la caricatura chilena Condorito la conocí de niño en la peluquería Acuario, por el colegio Redentoristas. El barbero, ya de edad, ponía para los niños una tabla sobre la silla vieja de barbería. Montados ahí, al mando de una nave recubierta por el delantal amarrado al cuello, nos daba dulces de goma y nos ofrecía, para entretenernos, unas revistas deshojadas de Condorito.
Mientras mi papá leía el periódico, peluquiándose en la silla de al lado, yo también me hacía el adulto —montado en mi nave, eso sí—. Entonces pasaba las historietas de ese dibujo que pertenecía más a la generación de mi padre que a la mía. Quizás por eso, desde el principio, algo no me encajó con Condorito.
¿Cómo era posible que ese pajarraco terminara una, dos, tres veces en el mismo ¡plop!? Con cada asombro, con cada extrañeza: ¡Plop! ¿Para qué iba a los mismos lugares? ¿Para qué se juntaba con la misma gente? ¿Por qué actuaba siempre igual? Era que le tenía ya cierto gusto al ¡plop!, ¿o no?
Porque la bofetada de Condorito no es que en cada historia termine yéndose de culos, lo increíble es que termine igual una, dos, tres veces, todas las veces. “Quedé como Condorito”, suelen decir los mayores, sobre todo porque el ¡plop! terminó adoptado en nuestra lengua. Pero eso es anécdota. El retrato brutal de esta caricatura es cómo le sacamos gracia a quedarnos repitiendo y repitiendo el mismo ¡plop!
En Manizales y Caldas nos vamos a ir de culos cuando escojamos al nuevo gobernante. Otra vez. Creyendo que salimos ya de lo peor, ¡plop! Que qué bueno que ya salimos de Juan Manuel Llano, ¡plop!; que ya salimos de Octavio Cardona, ¡plop!; que ya salimos de Carlos Mario y Luis Carlos…
Cada que me dicen que ningún alcalde o gobernador fue tan malo como el que tenemos —me lo dicen cada cuatro años—, me da por demostrar que no son muchas las diferencias. El mismo clientelismo, los mismos contratos a dedo, la misma prorrogadera y adicionadera en la obra pública, la misma improvisadera, la misma propaganda multimillonaria con recursos públicos. La misma aplazadera de los temas difíciles y costosos: el macroproyecto San José, la salud mental, el cambio climático, la crisis de espacio público, el ruido urbano, el desgobierno de terrazas comerciales, la falta de política cultural, las brechas entre educación pública, privada y rural, el parqueo de carros, la inseguridad vial. Apenas si cambia el estilo o la capacidad de cañar. Pero ¿por qué?
Porque cada que podemos vamos a los mismos lugares, con la misma gente, a unas elecciones que se nos quedaron como un cambio cosmético y una promesa de lo cómodo. Las transformaciones de fondo o las propuestas difíciles no les dan votos a los candidatos, entonces no se discuten a profundidad, sino con lugares comunes. El sistema integrado de transporte todavía lo están lanzando como propuesta, cuando ya tiene estudios que urgen por decisiones incómodas que ni se mencionan. Aunque lo difícil tampoco es atractivo para unos votantes que prefieren los dos o tres favores públicos que les mantenga un estilito de vida. Digo estilito por chiquito, menudito.
Creemos, cada cuatro años, que las elecciones son solo para “cambiar” por el candidato más independiente, mientras les vemos las cuerdas de marioneta; o por el candidato mejor rodeado, mientras les vemos las mil colas de los lagartos; o por el de mejor trayectoria, cuando los vimos bailar con las sombras en el sector público. Entonces, cuando ya elegimos y empieza el gobierno, ¡plop! El cambio está en enfocarnos más como sociedad civil en las urgencias difíciles y menos como campaña en las elecciones facilonas.
La ciudad de Condorito es Pelotillehue. En la lengua indígena mapuche, “hue” significa “donde abunda algo” o “lugar de algo”. Mientras que “pelota”, en el chileno más común —igual que en Colombia— da a entender “tonto”. ¡Plop!