La política reciente en Estados Unidos nos puso a hablar sobre gerontocracia.  Gerontocracia en el Estado, gerontocracia en la academia, gerontocracia en las religiones. Hasta “gerontocracia gremial”, lanzó hace poco un columnista. ¿Cómo entender esa palabra en una ciudad que envejece?
A la vejez solemos llenarla de estereotipos y prejuicios. Robert Butler lo llamo “edadismo”, discriminación por la edad. Por esa vía, queda muy fácil armar discursos contra las personas mayores con poder, cuando a lo mejor nuestro malestar se refiere al abuso que le hemos permitido al poder mismo, que es más difícil de abordar.
Por ejemplo, lo que debía molestar de la candidatura de Joe Biden no es que estuviera viejo, es que su partido haya tenido tal incapacidad de recambio. Habríamos debatido sobre el cerrojo del bipartidismo estadounidense, disimulado con el espectáculo de sus elecciones primarias, pero nos quedó más fácil echarle culpas a su vejez, televisada en tiempo real.
Si los mayores se mantienen en sus cargos, no es porque sean viejos sino porque no hemos encontrado las formas de alternancia del poder. Si los espacios de decisión están copados por mayores, no es porque sean viejos sino porque no hemos encontrado estrategias de relevo generacional, con las que los jóvenes fortalezcan habilidades para liderar o encuentren facilidades para acceder a la dirigencia.
Frente a este acceso de los jóvenes a los espacios de decisión, esta mirada de la gerontocracia tiende a hacernos creer que su falta de participación se debe solo a unos mayores que se atornillan, con la terquedad de todo viejo, diría el mal prejuicio. Esto nos impide hacerles las preguntas reales: ¿Quieren participar? ¿Pueden participar?
El primer reto es que cada vez son menos los jóvenes. Así, en una ciudad que envejece, es posible que tengamos que empezar a ver como renovación la sustitución de unos mayores, ya curtidos en el poder y la participación, por otros igual de mayores, que no hayan tenido oportunidad de incidir. Y si me preguntan, eso cuenta, porque estaríamos resolviendo lo realmente grave, la falta de alternancia.
El segundo, es que a estos espacios tradicionales de poder no llegan los jóvenes que sí quieren participar. La Encuesta de Juventudes de 2023 (ver: https://shorturl.at/mlG7t) mostró que siete de cada diez jóvenes están dispuestos a contribuir a la construcción de la paz y la reconciliación, pero más de la mitad requieren más de un trabajo para cubrir sus necesidades. Solo el 17% dijo confiar en las instituciones públicas.
En la Encuesta de Percepción Ciudadana de 2023, de Manizales Cómo Vamos, cuando le preguntaron a los manizaleños (jóvenes y mayores) en qué espacios u organizaciones participaban, el 78% dijo que no participaba en nada. Entre estos, más de la mitad dijo que no lo hacía por no tener tiempo.
¿Cuáles son las rutinas de los espacios tradicionales de poder y participación, que entran en conflicto con el tiempo de la gente? ¿Es por eso que solo participan los mismos siempre? ¿Cuáles son las barreras de acceso que hemos permitido en los espacios de participación y decisión, por las que los jóvenes están llevando sus ganas de aportar a otras expresiones? Eso ya no es solo cosa de viejos.