Desde tiempos inmemoriales la confrontación violenta entre seres humanos es una elegía, una oda a la muerte. El instinto más recóndito es una respuesta dura y bárbara ante una ofensa o un desacuerdo. Con facilidad las personas descomponen su conducta para actuar con violencia, nunca justificada. Quizá la razón, la capacidad de dilucidar situaciones para abordarlas con ponderación y sensatez, está subordinada a las reacciones instintivas, de intemperancia y agresividad. Al parecer, nos faltará tiempo para sedimentar el sentido de humanidad, con preponderancia en armonía de la razón y los sentimientos, con despeje del camino para la fraternidad y la solidaridad.
Mario Vargas-Llosa, en su ensayo de prólogo al libro “El erizo y la zorra” de Isaiah Berlin (1980), alude a la sinrazón que nos domina, con manifestaciones del inconsciente en múltiples formas difíciles de detectar, que suelen someter la conciencia a sus fueros, con afloramientos inesperados de instintos que en determinadas circunstancias llegan incluso a violentar las ideas y destruir lo que con ellas se construye. Las consecuencias suelen ser tremendas, manifiestas en odios, rechazos, venganzas, violencias. Muy a pesar de los alcances soberbios en ciencia, tecnología, arte, arquitectura, literatura, filosofía,… que en cualquier momento se echan a perder en las guerras.
Se estima que con la educación y las artes, las personas pueden ascender a conductas más controladas, de respeto en las diferencias, favorables a los debates con argumentos, sin despreciar al otro o a los otros. Pero se necesitaría formación de docentes y maestros, modelados de esa manera, para dar ejemplo en capacidad de escuchar y de dialogar, con estímulo al libre discernimiento, sin ofensas ni exclusiones.
La paz suele ser un anhelo, un deseo, una ambición de perseverar por su encuentro. Su sentido involucrará elementos fundamentales de justicia y libertad, con amparo en formas perfectibles de organización social, de tal modo que pueda disponerse de oportunidades de acceso para todos en educación y trabajo. Y con acatamiento a los mandatos de la Naturaleza, para preservar en armonía la vida en el planeta.
Estas consideraciones siguen siendo del reino de la ilusión, sin desfallecer en hacerlas realidad al fortalecer pensamientos, compromisos e instituciones respetables, con dirigencias política, empresarial e intelectual, de honradez y sentido de la cooperación y la solidaridad indeclinables.
Los poetas le cantan a la paz como una invocación del deseo. Maruja Vieira (1922-2023), dice: “Más allá de esta nube de ceniza/ el hombre espera.// Espera que la sombra le devuelva/ su herencia de esperanza,/ su antiguo mapa transparente.// El hombre quiere un poco de silencio/ para que el hijo diga su primera palabra,/ esa palabra que nunca es ‘guerra’,/ que nunca es ‘muerte’.” Hay ceniza de guerras y violencia que se expande, pero está la esperanza, amiga de la transparencia en las conductas, con la ambición que los niños al asomarse al lenguaje no comiencen con expresiones de guerra y muerte.
Otro poeta de nosotros, Fernando Mejía-Mejía (1929-1987), en su soneto “Paz”, publicado en manuscrito autógrafo en la Revista Aleph No. 48 (1984), planteó: “Paz es tener el pan sobre la mesa/ y el lecho tibio hasta la madrugada;/ paz es tener la voz esperanzada/ en todo lo que acaba y lo que empieza.//…; paz es tener la vida desbordada/ sobre el amor, la lumbre y la belleza.//… Paz es tener la patria liberada/ del hambre, el crimen y el desasosiego/ y solo por el pueblo custodiada.”
Se trata de una invocación por la justicia, con el derecho a la satisfacción de las necesidades básicas para todos. Con la palabra favorable a la esperanza, y a la vida con el regocijo del amor y la belleza. Hay, en conjunción, ética y estética en el significado del vocablo “paz”. Ambición de no desechar, ni de presumir una misión de imposibles.
De mi parte escribí, en el libro “Decires” (1981): “Por este camino que la distancia no vence/ va una palabra de viaje,/ se dirige al otro lado de las montañas/ donde tal vez el horizonte se alcanza./ Es una palabra andariega/ que cruza ríos a saltos/ que despeja puertos/ que da la vuelta al mundo,/ sin proponérselo./ Es una palabra en busca de aposento./ Por este camino que la distancia no vence,/ cruza de viaje una palabra.”