Pensar es una propiedad natural de nuestro cerebro. Se piensa con palabras, con imágenes, con elementos de amplia combinatoria. Pensamientos de recuerdos, de situaciones, de realidades sobrepuestas, de componentes imaginarias, con el devaneo de ilusiones, de esperanzas, o de tragedias. Quizá lo más deseable del pensar sea con la conformación de explicaciones y razones, para abordar problemas, controversias, debates, con el propósito de comprender y concertar con uno mismo o en preparación para intervenir con otros.
Y sonreír es una expresión de los labios y del rostro, también de la mirada, para festejar o mostrar complacencia con algo o con alguien, en diálogo o en silencio. Es una especie de antesala de la risa, que no podrá ocurrir. Pero también puede tener connotación de burla, ante un desacuerdo o de alguna locución despreciativa. Hay quienes disponen de una sonrisa constante, como expresión natural, que seduce y abre caminos en los diálogos y en las controversias. Shakespeare decía que es más fácil alcanzar los propósitos con la sonrisa que con la espada. No me imagino a Putin/Otan y a Biden sonriendo en encuentro con mirada en vivo a los ojos, dispuestos al desalojo de las ambiciones de poder por medio de la guerra.
La Nobel Gabriela Mistral supuso que hay sonrisas que no son de felicidad, sino de maneras de llorar con bondad. Un pesar de arribo a la compasión, por dificultad o duelo cercano. Los niños y las madres suelen sonreír, con muestra de caricia y de amor. El enamoramiento de adultos también dispone del recurso de la sonrisa para el modo de querencia y del deseo. La risa que desemboca en la carcajada, rompe el sentido de intimidad, de placer en la cercanía. Es la apoteosis, que hace de un instante de felicidad la voz de complacencia con el mundo.
¿Qué tendrán de cercano o de común el pensamiento y la sonrisa? No parece posible una sonrisa que no sea expresión de pensamiento. Por espontánea que sea la sonrisa, con atisbo de mirada de regocijo, tiene el trasfondo de palabras con destellos de alegría, de felicidad, que podrán ser explícitos en los diálogos de cercanía. En Escocia existe la convicción de considerar la sonrisa más barata que la electricidad, y ser más pródiga en dar luz.
Borges, el Grande, solía sonreír con frecuencia, en los diálogos, en las conferencias, en los momentos de miradas cercanas con seres de proximidad afectiva, o con lectores que lo abordaban para conocer algo de su sabiduría. Hay intérpretes de la obra de Borges que consideran enigmática su sonrisa, como significando algo de misterio en su actitud cuando de manera espontánea sonreía, en momento inesperado. Su pensar de erudición y de un discernimiento que sobrecoge en profundidad y en ocasiones con ironía, aún con disimulo o despiste frente al interlocutor.
En su poema “A mi padre” lo recuerda con serenidad ante la muerte, dice: “Te hemos visto morir sonriente y ciego”, sin esperar ver nada al otro lado y con recuerdo de la tranquilidad del padre (abuelo de Borges) al morir ante las balas. La sonrisa fue en Borges la expresión fresca y natural de la sabiduría, con cúmulo de pensamientos reunidos de todas las culturas, en especial de los sabios antiguos, en la Grecia clásica, o de las más antiquísimas culturas del poniente y del levante.
Borges no frecuentó la palabra en sus escritos, como ocurrió tanto con los espejos. Otra ocasión está en el poema “Elvira de Alvear”, amiga suya: “… De Elvira/ lo primero que vi, hace tantos años,/ fue la sonrisa y también lo último.”
En “Cien años de soledad”, por ejemplo, aparece veinte veces la palabra sonrisa, con variantes de calificación: sonrisa trémula, triste, vaga, de gratitud, inocente, amable, distante; sonrisas de despecho, sonrisa de lástima, sonrisa natural, irónica, ladina, radiante, eterna. Es la muestra más amplia en la expresión de la palabra, una vez expuesta en los labios y en el rostro. Da para la tristeza, la complacencia, la alegría, el recurso de la ironía, el de pesar o lamento, incluso de gratitud e inocencia, en lo trémulo de lo ladino, con eternidad supuesta en las extravagancias.
El pensamiento y la sonrisa están hermanados en la aventura de la vida, con la modulación propia de las circunstancias. Es la palabra la fuente del pensar, y el pensar soporte de la palabra.