Debería fomentarse en los docentes la escritura de experiencias pedagógicas, especie de memorias, con testimonios del trabajo en aula y fuera de esta, para estimular en comparaciones los diálogos que permitan nutrir procesos con modos cooperados. Hay un curioso libro, de docente por vocación, recién salido. Se trata de “El sutil arte de enseñar” (Ed. de Autor, 2023), de Jairo Ruiz-Mejía, licenciado en Sociales de la Universidad de Caldas e ingeniero electrónico de la Universidad Nacional en Manizales, con estudios y aplicaciones en dibujo y talla en madera. Es una singular memoria de experiencias personales en el ejercicio de la docencia en la primaria y en el bachillerato, con los vaivenes propios del oficio y con la complejidad misma de las instituciones públicas.
En esa experiencia campearon el sentido de la comprensión, la creatividad al acudir a recursos motivadores por fuera de estándares y la inducción de alegría compartida en los procesos de conocer, de explorar sentidos, de asimilar métodos, incluso con las variantes propias introducidas en el ejercicio cotidiano en el aula. La vocación de Jairo por la docencia lo llevó a escalar actitudes, desde las más tempranas con sentido impositivo, hasta las más avanzadas al alcanzar empatía con el alumnado, por la conquista de la palabra encantada y la cordialidad expresiva de forma natural.
En los primeros años de sus labores observó que la escuela era un reino de la obediencia a lo que dijera el docente, sin estimular la duda y menos el pensamiento crítico. De ahí partió para conquistar el aula en términos del libre examen, despertar en los estudiantes la capacidad de generar pensamientos y opiniones que permitan los diálogos y la participación en grupo. De esa manera instituyó el gozo en la enseñanza/aprendizaje, con la conquista de la actitud de niños y jóvenes por el sentido de la vida, la responsabilidad propia en la formación, con perspectivas de afianzar vocaciones, encaminadas al soporte de subsistencia con dignidad y buen servicio.
En esos comienzos obtuvo la lección de “el alumnado en las aulas esconde sus alas y al salir de ellas, vuela”. Lo que lo condujo a proponerse que en las aulas los chicos también volaran. Generó espacios de aprendizaje y convivencia fuera del aula. Sus experiencias más duras las tuvo en escuelas de La Dorada y en Manizales, en lugar de habituales conflictos que enfrentaban en peleas violentas a los chicos, con desafíos fuera del aula. Situaciones que lo llevaron a participar en procesos de entendimiento entre los alumnos y en las familias, casi siempre con carencias económicas y de afectos. En algún momento lo pasan al bachillerato para la enseñanza de la física y las matemáticas, también con incorporación de tecnologías. Esta oportunidad le permite desplegar más iniciativas, al punto de estimular en los estudiantes aplicaciones en la modelación de aparatos con soporte electrónico. Por su enorme curiosidad, se vinculó a programas como Cuclí-Cuclí, Pequeños Científicos y Ondas, de alcance nacional, soportados por el entonces Colciencias, la Universidad de los Andes, la Universidad Nacional de Colombia, y en lo regional por la Universidad Autónoma de Manizales. Estas experiencias lo llevaron a trabajar en la modelación de un robot, en tarea fundamental de los estudiantes, resultado que le mereció al grupo exponerlo en una feria en Bogotá, con apreciaciones muy estimulantes. En los diez años más recientes Jairo estuvo aplicado en un colegio rural de Manizales, para la formación agropecuaria, con el encanto de un medio con árboles, agua, animales domésticos y cultivos de aprovechar para las manos ávidas de los estudiantes. Ocasión que le permitió crecimiento personal, con despliegue de su natural actitud de alegría, contaminante en los procesos de formación. Descubre niños y jóvenes campesinos, de ambos sexos, portadores de amabilidad, receptivos y colaboradores. Genera empatía y conquista un ambiente alegre de trabajo, por la lectura, el estudio, las maneras apropiadas de afrontar problemas, la conversación, el juego ingenioso y el fortalecimiento de la razón para argumentar.