La historia de la educación en Colombia y en el mundo da cuenta de modelos educativos diseñados para formar ciudadanos según las demandas de la sociedad, mas no necesariamente para construir la sociedad que queremos a partir de la educación de los niños. Estas dos dimensiones son muy diferentes: la primera responde a cómo educar a los niños para que se adapten a los requerimientos sociales, mientras que la segunda implica educarlos para construir la sociedad que soñamos.
A lo largo de esta historia, ha habido modelos educativos orientados a la instrucción militar, la obediencia, el sometimiento y la defensa de prerrogativas nacionales, muchas veces ajenas a las necesidades e intereses de los educandos. También hemos sido testigos de intenciones educativas que responden al interés de formar en la fe religiosa o el adoctrinamiento ideológico y político, con comunidades religiosas y sectores políticos influenciado el currículum. Ha sido tal esta influencia que, incluso, los contenidos curriculares han sido sometidos no solo a determinadas creencias morales y religiosas, sino también a sesgos políticos e ideológicos que limitan el legítimo derecho de los estudiantes de decidir libre y soberanamente sobre sus preferencias religiosas y políticas.
Como si lo anterior fuera poco, también empresarios e industriales han buscado capacitar e instruir mano de obra según sus propósitos económicos y organizacionales. En resumen, la historia de la educación evidencia que se ha privilegiado la formación del hombre que necesita la sociedad, mas no de la sociedad que el hombre quiere construir a partir de un modelo educativo que privilegie sus intereses, aptitudes y concepción del mundo.
La Ley 115 de 1994, que considero la más progresista en la historia de la educación en América Latina, buscaba otorgar autonomía a las instituciones educativas para definir la vocación teniendo en cuenta los requerimientos de sus comunidades. Sin embargo, con asombro y tristeza tenemos que reconocer que luego de tres décadas este propósito ha quedado en los anales de la norma, sin que logre materializarse en la realidad de la escuela.
Los proyectos educativos institucionales se han diseñado según las habilidades y fortalezas de los maestros, y no con base en las necesidades de los niños. Así, por ejemplo, casi que es normal ofrecer un modelo educativo con énfasis en comunicación social sencillamente porque la escuela cuenta con maestros expertos en periodismo o turismo, y porque allí hay docentes que, en el afán licito de mejorar sus ingresos, se desempeñan como agentes promotores de la industria del turismo. Ejemplos semejantes podríamos mencionar muchos.
La autonomía escolar ha sido aprovechada para diseñar un colegio de profesores en lugar de una escuela para los niños. Considero que allí hay un conflicto escolar que ha traído consecuencias funestas para la viabilidad de los modelos educativos; una escuela que no satisface las necesidades de los niños, que no ofrece aprendizajes significativos y que impone un plan de estudios que no responde a sus expectativas e intereses, sin duda alguna, se convierte en un proyecto educativo inviable. Esto lleva a una escuela donde los niños no aprenden.
Por todo lo anterior, hago un llamado a los maestros y directivos para que se centren en la tarea misional de crear la escuela que quieren los niños, una que potencie sus habilidades e intereses. Si lo hacemos, será posible plantar los cimientos de una nueva sociedad.