La educación en el mundo ha experimentado avances vertiginosos en las últimas décadas, no solo desde el punto de vista de la innovación tecnológica, sino también por la influencia de nuevas culturas y concepciones pedagógicas y didácticas. Estos cambios han arrastrado corrientes que hasta hace algunos años marcaban el norte de las escuelas en el mundo, generando una crisis en la misión educativa. La mayoría de las escuelas hoy están inmersas en doctrinas epistemológicas antiguas, y debo destacar que en las nuevas corrientes educativas se observa una tendencia a estructurar escuelas totalmente alternativas, que rompen con lo establecido hasta ahora y con aquello que ha sido paradigmático. Las nuevas escuelas prescinden de programas, reglamentos, horarios y aulas, pero lo más revolucionario es que también prescinden de maestros. Ejemplos como E’Cole 42 en Francia, el proyecto Horizonte 2020 de los Jesuitas en Barcelona, Sudbary Valley Scholl en Massachusett y el proyecto Home Scholl en Colombia —que aún espera aprobación en el Congreso de la República— son evidencia de los nuevos horizontes educativos que la humanidad está demandando.
Al revisar con detalle estos modelos, que sin duda son diferentes, encontramos algunos factores comunes que me voy a permitir mencionar. Todos ellos surgen como una reacción a un modelo educativo fracasado, se justifican en la imperiosa necesidad de construir una escuela que garantice verdaderos aprendizajes y critican el enfoque actual de la educación, que implica escuelas donde se enseña mucho, y se aprende poco. Además, estos modelos emergentes enfatizan en el desarrollo de competencias que habiliten al ser humano para encarar los retos del mundo moderno, en clara contraposición a contenidos estériles que no tienen aplicación práctica en la vida cotidiana, especialmente cuando la información está al alcance en tiempo real a través de medios digitales. También se señala que las estructuras escolares tradicionales son nocivas para la salud mental y emocional de los niños, debido a que generan altos niveles de estrés, y se argumenta que la escuela debería ser un espacio que mitigue las afugias y angustias provenientes del entorno social y familiar de los estudiantes.
Estos son apenas algunos de los motivos comunes que justifican la existencia de dichos modelos educativos emergentes, los cuales merecen ser estudiados y analizados con rigurosidad y conocimiento, en lugar de descalificarlos e ignorarlos. Quiero provocar la reflexión y abrir el debate, que considero relevante entre quienes habitamos “la escuela tradicional”, toda vez que nos involucra. En la discusión debemos participar todos, desde quienes lideramos y direccionamos la gestión escolar hasta las autoridades que definen las políticas educativas en nuestro país.
En este sentido, sugiero algunas preguntas provocativas como punto de partida para estimular la reflexión. ¿Es nuestra escuela actual altamente ineficiente? ¿Por qué no se aprende hoy en la escuela donde sí se aprendió ayer? ¿Pueden existir escuelas sin maestros? ¿Es posible una transformación de la escuela pública en Colombia?
Espero un apasionante debate que sea acogido en el seno mismo de la escuela, pero también por quienes desde las oficinas y los recintos regentan las responsabilidades políticas en materia educativa. Es hora de abrir el diálogo y explorar nuevas formas de abordar los desafíos que enfrenta la educación en el siglo XXI. Ustedes tienen la palabra.