Hace varios años cuando era docente-investigador en el departamento de Territorio y Paz de la Universidad Autónoma de Manizales, reconocimos las discusiones conceptuales que en aquel entonces existían teóricamente sobre la paz, el territorio y el desarrollo. Además de reconocer su producción científica asociada, era importante saber qué se entendía por cada uno de estos conceptos, sus matices, sus distancias y cercanías para describir y comprender la vida cotidiana que habitábamos. Quiero retomar la importancia del territorio.
El territorio es un concepto amplio, toma como punto de partida la realidad física, es decir, aquello que puede ser palpable por medio de nuestros sentidos. Sin embargo, el territorio es más que sólo una delimitación física, ya de por sí compleja, también es el conjunto de normas, valores que se expresan en la idiosincrasia de los pueblos que los habitan, es un terreno en el cual confluyen múltiples actores con diversidad de intereses. Recuerdo discusiones conceptuales impulsadas desde la Universidad de Caldas, el territorio es territorialidad en tanto expresión de identidades, el territorio es territorialización en tanto confluencia de actores que buscan legitimar su realidad y sus intereses. El territorio también es memoria, no sólo del tiempo presente, también del tiempo pasado que se expresa en la arquitectura y en las instituciones que se han formado.
Dar cuenta del territorio es una tarea ardua, exigente, la cual requiere múltiples perspectivas para ser comprendidas en una mayor integralidad. Lo que cada uno de nosotros tiene por decir es insumo fundamental para avanzar en este propósito. Lo que tenemos para decir, no sólo es lo que nuestras palabras articulan, son nuestros comportamientos, nuestros valores, nuestros pensamientos lo que permite reconocer lo que está sucediendo. El aquí y el ahora está imbuido de muchos antes y después, de bastante lejos y cercanos.
Una de las formas de dar cuenta de lo que acontece es a través de la medición que hacemos de aquello que consideramos valioso, por ello, dar cuenta de la calidad de vida a partir de grandes insumos como son las voces de la ciudadanía -o mejor dicho la percepción ciudadana-, de la información institucional-pública disponible, del conocimiento generado desde y fuera de la Academia, es un ejercicio que constantemente debe ser legitimado. Este es una de las contribuciones que programas Cómo Vamos -y mucho otros-, realizamos en el territorio para beneficio de nuestra toma de decisiones. Decisiones que tomamos cada uno de nosotros, desde nuestro quehacer y nuestro ser, para construir mejores condiciones de vida para todos.
Este es un llamado más para continuar fortaleciendo las capacidades estadísticas que existen en los territorios, no sólo de las administraciones públicas, también de nuestras capacidades personales, institucionales, académicas, sociales para generar cada vez información de valor para nuestra toma de decisiones. Generar tiene un costo, por ello, es importante legitimar la importancia del entorno institucional, de la metodología empleada, del esfuerzo de comunicar y divulgar lo que se realiza y se mide y, sobre todo, de promover un mayor uso de lo investigado para que haya un continuo virtuoso que genere un efecto sobre nuestra propia calidad de vida. Generar información donde antes no la había, usualmente es un acierto. ¿De qué otra forma avanza el conocimiento científico de una época si no es precisamente contradiciendo, respaldando o profundizando lo que antecedía? Para ello, además de un espíritu, se requiere de capacidades para tal fin. La capacidad se nutre y se trabaja constantemente, ¿De qué otros aspectos de nuestra calidad de vida queremos dar cuenta?
Este es un nuevo llamado, trabajemos juntos por nuestra calidad de vida a partir del fortalecimiento de nuestras capacidades estadísticas, de nuestras formas de dar cuenta de lo que acontece. Se requiere decisión e inversión.