Palestina es la mayor injusticia del mundo. Es la crónica viva de una nación a la que le han mutilado su territorio, su población y su historia. Lo que está presenciando el mundo en vivo y en directo desde el 7 de octubre, luego de los abominables ataques de Hamás, es una pulsión de sangre repugnante e inmoral. El Estado de Israel, por fuera del Derecho Internacional y cualquier consideración de humanidad, reforzó el terror con el que ha sometido a los palestinos durante más de 7 décadas. Por cada israelí asesinado, las fuerzas militares israelíes han matado a 15 palestinos hasta el momento.
Además de bombardeos, asedio a hospitales y escuelas, ataques a campos de refugiados, cortes de agua y electricidad, el Estado de Israel ha asesinado a más de 15.000 personas en menos de 50 días. Más de 6.000 niños palestinos han sido masacrados; muchos de ellos obtuvieron primero el certificado de defunción que el de nacimiento. No obstante, ni el genocidio ni el castigo colectivo son fenómenos recientes. Desde la trágica Nakba (catástrofe) de 1948, la nación palestina ha sido desmembrada. Dos tercios de su población nativa fueron desplazados durante el acto fundacional de Israel, lo que equivaldría a que hoy en Colombia, 34 millones de los 51 millones de habitantes fueran desterrados para dar origen a un nuevo país.
Lo que ha sucedido desde entonces es una sucesión de estrategias, políticas e intervenciones de racismo, limpieza étnica, segregación y genocidio. Israel confinó a los más de 2 millones de habitantes de Gaza a vivir en un minúsculo territorio, convirtiéndola en la prisión al aire libre más grande del mundo; ha construido más de 700 kilómetros de muros (el que separaba Berlín Oriental de Berlín Occidental tenía una longitud de 43 kilómetros), y ha desplazado a más de 6 millones de palestinos.
El papel de Estados Unidos y otros países ha sido crucial para que esta situación persista, y también será determinante para que, más pronto que tarde, se desmonte. A pesar de las más de mil resoluciones emitidas por las Naciones Unidas desde 1947, que ratifican la actuación de Israel como una fuerza ocupante, la financiación, los vetos, las votaciones, el lobby y la presión ejercida por el país del norte y otras potencias han permitido que los invasores queden impunes. Este respaldo ha contribuido a que una historia abierta de colonialismo y desposesión se presente en medios y escenarios políticos como una narrativa compleja y difícil de entender, y aún más complicada de resolver, ratificando que la autodenominada “comunidad internacional” es, en última instancia, un coro que obedece la política exterior de los Estados Unidos.
La postura oficial de estos gobiernos choca con la de cientos de países, entre ellos Colombia, que no solo han reconocido al Estado Palestino, sino que también abogan por un cese inmediato del fuego y el fin de la ocupación. Esta discrepancia se intensifica al considerar voces como la del expresidente estadounidense Jimmy Carter, quien, al emplear el término “apartheid” para describir la realidad palestina, ha subrayado que el régimen impuesto por Israel, mediante el cual segrega y discrimina por motivos de etnia, religión y nacionalidad, es incluso más severo que el establecido en Sudáfrica durante 44 años. La cuestión palestina simboliza todo lo que está mal en el mundo. Es una tragedia injusta, inmerecida e irreparable que parece no tener fin. Una atrocidad en la que los poderosos, desprovistos de razón, moral y compasión, decidieron diezmar a una nación entera ante los ojos del mundo.
No obstante, la resistencia y la solidaridad siempre persisten. Aunque el drama cotidiano sea abrumador, según las palabras de Edward Said, “en las peores circunstancias posibles, la sociedad palestina no está derrotada ni se ha derrumbado por completo”. El fin del genocidio, el apartheid y la ocupación no emergerá del terrorismo de Hamás, sino de estrategias políticas audaces, actos masivos de desobediencia civil y protestas globales, similares a las que millones de ciudadanos han llevado a cabo en todo el mundo durante las últimas semanas. En la búsqueda moral de la igualdad y la afirmación de la humanidad, no podemos permitir que la luz de Palestina se extinga.