En estos tiempos de redes sociales se ha vuelto en todo el mundo costumbre que personas acusadas de cualquier delito sean condenadas y lapidadas sin misericordia por la opinión pública sin que se haya presentado denuncia alguna en su contra, realizado el debido proceso y pronunciado condena.
Muchas veces esas denuncias a través de las redes sociales o los medios de prensa son agenciadas por enemigos políticos, personales o profesionales de los acusados. El drama ha llegado a las escuelas y colegios donde los propios compañeros hunden la reputación de un niño o una niña a través de mensajes de redes sociales que circulan a toda velocidad y en muchos casos causan suicidios y traumas irreparables en la infancia y la adolescencia.
Proliferan casos en los que un novio adolescente despechado publica fotos de la novia desnuda o un cruel compañero denuncia las preferencias sexuales de otro enfrentándolo al escarnio público. Y también en el trabajo muchas personas han sido víctimas de la calumnia de compañeros envidiosos o rivales, asuntos que circulan al instante y nadie puede borrar de la red. La crónica roja da testimonio diario de este nuevo drama del mundo contemporáneo en el que estamos inmersos muchas veces sin saberlo.
Para los contemporáneos se ha vuelto casi imprescindible el uso y el acceso a las redes sociales, fuera de lo cual la persona es declarada inexistente, un no ser. Los grandes cerebros matemáticos y financieros de este cambio radical de la época en materia de comunicaciones realizado en las últimas décadas han logrado que casi toda la humanidad, pobres y ricos e inclusive los más marginados, migrantes sin techo ni recuros, tengan todos un teléfono celular con el cual están comunicados con familiares, amigos, colegas o personas afines a la tendencia política que siguen, la religión que profesan o los intereses culturales o sociales que apetecen.
Así es el mundo de hoy y es escalofriante como los medios más importantes ya se guían a ciegas por lo que se rumore en Facebook, Twitter, Instagram, Telegram, Tik Tok y centenares de aplicaciones que son usadas por presidentes, ministros, obispos, pastores, gurús, sindicalistas, músicos, actores, deportistas, científicos.
Probablemente los más pobres prefieren no comer antes que carecer de un teléfono que los comunique con esas redes sin las cuales serían declarados inexistentes. Y por lo tanto los más turbios intereses comerciales, financieros, políticos, religiosos, delincuenciales, tienen allí una extraordinaria y eficaz forma de controlar y manipular a la humanidad entera para sus intereses. Miles de influencers y youtubers idiotas controlan a millones de personas y a través de sus espacios los llevan a consumir o a pensar como ellos quieran e incluso a darles el diezmo para que se hagan rápidamente millonarios.
Y para ello ya existen universidades y escuelas que preparan a los técnicos y expertos imprescindibles en la actualidad para que empresas, medios de prensa, partidos políticos, religiones, bandas, mafiosos y sectas puedan dirigir desde sus oficinas a la población humana, convertida ahora en un rebaño de miles de millones de zombies que responden con emociones rápidas y primarias a todo tipo de manipulaciones y lapidan sin contemplación a las víctimas propiciatorias del caso.
Muy pocos son los seres humanos que logran en la actualidad tomar distancia y apartarse de la nueva peste y tal vez esos pocos sean los equivalentes a los eremitas o solitarios que se iban lejos del mundanal ruido desde tiempos inmemoriales a seguir sus existencias en contacto con las pulsiones vitales más elementales, el sonido del agua y el trueno, la luz del alba o la oscuridad de la noche poblada por búhos y murciélagos. Eran chamanes, filósofos o santos que como Zaratustra, Diógenes o San Francisco vivían en la pobreza y recorrían el mundo tratando de ayudar o curar al prójimo y al débil.
A través de las redes se ha manipulado a los fanáticos religiosos de todas las tendencias y allí se han formado en el manejo de armas y explosivos para perpetrar los atentados diarios que sacuden al planeta en todos los continentes a nombre de tendencias neonazis, racistas, yihadistas o antidemocráticas de todo tipo. Desde las redes se ha azuzado a los fanáticos para que invadan las grandes instituciones de países democráticos, como ocurrió en el Capitolio de Estados Unidos y hace poco en Brasil.
Esta irracionalidad loca de la humanidad manipulada día a día por las redes sociales es tal vez uno de los retos más difíciles que enfrentará el planeta en este siglo XXI. A través de las pantallas de los celulares a las que estamos aferrados y adictos los humanos de este tiempo se están marcando las nuevas pautas culturales y sociales y todas las instituciones han sido desbordadas. Somos una humanidad de zombies llevados al abismo por las diversas versiones del perverso Flautista de Hamelin. El cántico de las redes nos lleva al precipicio, a la guerra, al delirio, a la locura y tal vez ya nadie pueda salvarnos.