El Vaticano es una ciudad Estado que en el mundo occidental es familiar por la presencia milenaria de la Iglesia católica en los países europeos y América Latina, región considerada como el Extremo Occidente, y por eso deambular ahora en diciembre por sus calles y cruzarse por azar con cardenales que salen de sus edificios cuando se avecina la hora del Ángelus dominical, en un día soleado, es algo muy natural.
Camino desde la Via Germanico, a unos pasos del Museo Vaticano y frente a la muralla antigua donde hace cola la gente para entrar al Museo Vaticano, en la Via Leone IV, descubro un restaurante popular italiano donde se escucha salsa colombiana caleña de los años 70 y 80. Sin duda ahí trabaja algún inmigrante colombiano nostálgico, como después me lo confirma Ana María, que vive cerca del lugar.
Es un perfecto instante para degustar allí en la parte exterior de la Santa Sede un plato de pasta con albóndigas, sin prisa alguna, degustando un vino y husmeando el ambiente del lugar entre los efluvios culinarios. Se siente que los peregrinos lo frecuentan desde hace muchos años, que nada ahí es nuevo, pues las maderas de la escalera crujen al paso de los clientes y adentro los friolentos comensales son felices y brindan.
Alrededor de las murallas de la ciudad, la vida romana es agitada por los millones de turistas que de todas las partes del mundo vienen a este lugar a visitar la Capilla Sixtina, descubrir los secretos del Museo Vaticano o a observar las cúpulas que se distinguen desde lejos.
En esta ocasión la romería es permanente porque los visitantes acuden a ver el árbol de Navidad y el pesebre situado en el centro de la Plaza de San Pedro, a cuyo alrededor van y vienen curiosos y entusiastas del mundo o italianos que se toman fotos y ríen con júbilo al sentirse en esa especie de placenta religiosa.
Todos hacen click con sus celulares para captar la inmensidad de la plaza, el gigante árbol blanco, el pesebre y las luces navideñas. La aglomeración comienza en la muy movida Plaza Risorgimento, llena de restaurantes y bares que como el pub Morrison’s abren desde temprano hasta bien entrada la noche, y después se alarga por la Via de Porta Angelica, una de las calles laterales que conducen a ese círculo clásico. En todos esos edificios residen cardenales, obispos, curas, diplomáticos, académicos, magnates, periodistas. Todos ellos son expertos enterados de las intrigas de la curia, agravadas en las última décadas durante los papados Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
De uno de los edificios sale por sorpresa el cardenal y teólogo alemán Walter Kasper (1933), presidente emérito del Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, trajeado con clergyman negro. A su venerable edad el vigoroso jerarca maneja muy bien el dispositivo eléctrico para abrir y cerrar el estacionamiento de su edificio, e ingresa muy alerta a su auto, que enciende con pericia. Es un verdadero roble este hombre que está a punto de cumplir 90 años de edad.
Según cuenta el periodista Eugenio Bonanata, Kasper le regaló en 2013 a Francisco, su vecino de habitación en la
Casa de Santa Marta, tres días antes del cónclave que lo eligió, su libro “Misericordia. Concepto fundamental del Evangelio”, publicado en español por las ediciones Queriniana, tres de cuyos ejemplares había recibido recientemente de España y regaló a prelados que hablan esa lengua. El Pontífice lo citó en su primer Ángelus pronunciado el 17 de marzo de ese año, después de su sorpresiva elección. Kasper dice que ese concepto de misericordia se ha convertido en uno de los pilares de su pontificado.
Ahora camino hacia el centro de la plaza en espera de la salida dominical de Francisco. También por azar, el amigo vaticanista Néstor Pongutá Puerto me señala al cardenal italiano Gianfranco Ravasi (1942), presidente del pontificio consejo de Cultura y quien además de experimentado arqueólogo en territorios del Antiguo Testamento, dirigió la librería Ambrosiana. Afable, recién cumplidos los 80 años, tiene un aire juvenil, va a pie y brinca de golpe hacia la acera. Él como todos los prelados, salen de sus habitaciones y se apresuran a escuchar el mensaje papal.
Se abre la alta ventana y el rumor recorre a la multitud en la Plaza de San Pedro. Francisco, de pie y de buen semblante, saluda a algunos de los grupos que han venido a verlo y estallan en júbilo. Después de varios días de lluvia el sol ha salido de nuevo y la nubes veloces cruzan los aires de Roma como hace milenios en tiempos de Nerón, Calígula, César, Augusto o Adriano.
Viene a la imagen el día de la consagración de Francisco, cuando hubo humo blanco en el Vaticano y salió un papa argentino. Han pasado los años y él está ahí de nuevo. Su paso por el trono de San Pedro es sin duda histórico. Ha terminado su discurso y todo de blanco vestido Francisco da la espalda y entra con lentitud a las añejas y elegantes habitaciones vaticanas donde se negó a vivir encerrado entre cortesanos e intrigantes. Y todos nosotros caminamos ahora por la Via de la Conziliazione rumbo a la Roma eterna.