Todo parecía perfectamente coordinado entre las dos potencias mundiales, como si hubieran preparado juntos el guión televisivo. Primero el presidente estadounidense Joe Biden llegaba por sorpresa a Kiev, donde fue recibido por el presidente Volodimir Zelenski y se le vio caminar junto a un bello templo ortodoxo de cúpulas aúreas de bulbo y por los espacios administrativos en un feliz día soleado.
El joven Zelenski, bajo de estatura, saluda encantado al gran patriarca presidente de Estados Unidos, un astuto político con una impresionante trayectoria desde la juventud como parlamentario, luego vicepresidente con Barak Obama y presidente cuando ya parecía que su oportunidad había pasado para siempre.
Ya octogenario, Biden parece estar dispuesto a presentarse de nuevo para convertirse en uno de los políticos más longevos en actividad y el presidente más viejo del imperio. Al caminar por las calles de Kiev al mandatario se le veía sereno, risueño, relajado, algo tieso, pero en forma, como si no hubiera peligro alguno de guerra mundial.
Por su lado, el cómico Volodimir Zelenski, que hizo toda su carrera actoral y televisiva en ruso y en la esfera mediática de ese otro imperio entroncado con la historia de los zares en el que nació, y quien inclusive actuó alguna vez en el papel de un mandatario, representa ahora a un personaje chaplinesco de corte militar, trajeado con una curiosa camiseta verde y luce una barbilla cerrada de lampiño que le ayuda en la expresión de un rictus severo, donde no cabe una risa.
Zelenski recorre todas las capitales europeas y es recibido con honores en las instituciones ejecutivas y legislativas donde siempre exige dinero, tanques, misiles, aviones, municiones, pertrechos. Se considera el salvador de Europa y regaña a los mandatarios moderados o indecisos que no quieren propiciar la escalada, como Macron o Sholtz, y otorga puntos y elogios y a los más radicales, como Polonia, punta de lanza ultracoservadora de Estados Unidos en el continente, y a cuya capital Biden viajará el día siguiente para seguir su triunfal periplo, como en los buenos tiempos de Kennedy, Nixon, Reagan, Bush y Obama.
No contento con sentirse el salvador del mundo ante el temible y cruel Oso ruso, Zelenski dice ahora que quiere acercarse a América Latina y África y buscará que esos países le manden dinero, armas y pertrechos para continuar su feliz guerra, la misma que llevó a 9 millones de sus compatriotas a huir del país y a los otros a morir o vivir bajo el miedo en campos y ciudades.
Una analista europea perteneciente al alto empresariado y voz de las élites francesas se mostraba sorprendida en un debate televisivo en Francia de ver como un propagandista primíparo de la guerra que desea llevarla hasta los máximos extremos, podía recorrer las capitales europeas ante aplausos de pequeños líderes como si se tratara de un vendedor ambulante de apocalipsis, cuando lo que urge es giras de altos diplomáticos y responsables que pidan rápidas negociaciones para prevenir antes de que sea tarde una mayor conflagración. El pequeño Zelenski parece hoy la versión moderna del Flautista de Hamelin, el saltimbanqui que los lleva a todos al abismo fascinados con su instrumento mágico.
Biden aclaró que ha avisado con antelación a Putin de su visita a Kiev y el nuevo zar de Rusia se ha portado bien al no lanzar misiles o evitar asustar a su comitiva con amenazas. Todo parece un guión bien controlado, pues a diferencia de otros dirigentes europeos que tuvieron que correr a refugiarse mientras sonaban las alarmas durante sus osadas visitas, Biden esta vez pasó por Kiev como si estuviera en Disneylandia.
Al día siguiente de la visita de Biden, viene el otro episodio de la telenovela. Ante las autoridades e instituciones de la nación rusa, en un gran salón cerca del Kremlin, Putin pronuncia un discurso histórico donde explica sus razones de la guerra, ancladas en los incumplimientos y las tergiversaciones occidentales de los Acuerdos de Minsk.
También acusa a Estados Unidos, a los líderes europeos y a su brazo armado la OTAN de odiar a la Gran Rusia y querer aplastarla, lo que según él jamás ocurrirá, pues en ese intento los historiadores saben muy bien que fracasaron los reyes europeos del Antiguo Régimen, Napoleón Bonaparte y Hitler, entre otros. Como en los viejos tiempos de la Unión Soviética, lo escuchaban atentos todos los jerarcas de los diversos estamentos, entre ellos el expresidente Dimitri Medvedev, paisano, brazo derecho y amigo del Zar Putin.
En respuesta, al otro día Biden pronunció en Varsovia un discurso en medio de un superespectáculo hollywoodense con haces luminosos, música e himnos militares, como en los escenarios electorales norteamericanos llenos de banderines, guirnaldas y disfraces. Se le ve decidido, risueño, dispuesto, convencido como lo son los buenos políticos. Queda así claro que Europa es el otro patio trasero de Estados Unidos.
Pero detrás de todo ese espectáculo parece esconderse ya el fin de este vaudeville que cumplió ya un año el 24 de febrero. Queda así claro que Europa es el otro patio trasero de Estados Unidos. ¿No será que ya Biden y Putin y sus diplomáticos se han puesto de acuerdo bajo mesa tocándose las piernas y que ya pronto acordarán entre ellos el fin de la guerra por encima de los pusilánimes líderes europeos de hoy y el pequeño Flautista de Hamelin, ese cómico ucraniano convertido por la propaganda occidental en líder mundial de opereta?