Un reciente estudio publicado en la prensa indica que entre las carrereras de las que más se arrepiente la gente haber estudiado figura en primer lugar el periodismo, seguido por sociología, comunicación social y educación, entre otras. Supongo que los filósofos han estado tan convencidos de su vocación que nunca se arrepienten de haberla cursado. La encuesta indica además que los estudiantes se sienten frustados porque después de realizar los estudios no encuentran trabajo y sienten que han perdido el tiempo porque nadie les para bolas.
En casi todo el mundo en las últimas décadas la carrera de periodismo fue la que más se puso de moda y proliferaron como hongos las instituciones privadas y públicas que ofrecían y ofrecen esa disciplina, en la que se gradúan cada miles y miles de estudiantes en todos los países esperanzados en convertirse en estrellas de la televisión, diarios, revistas y noticieros, pero que al salir con el título empiezan a vivir un largo viacrucis que a veces no termina nunca, pues no hay empleo para tantos graduados y además los salarios se devaluaron en estos tiempos de redes sociales e internet cuando un gesto periodístico no vale nada.
Salvo algunas estrellas ligadas a los grandes poderes financieros o mafiosos, el resto vive en la penuria y escribe y publica solo por el gusto de hacerlo, porque ya nadie paga nada por un producto periodístico, una crónica o un reportaje. Igual ocurre con los poetas, pero éstos lo saben desde el primer instante y por eso nunca se sentirán arrepentidos o frustrados de ser poetas.
Cuando ingresé a estudiar sociología en la Universidad Nacional, esa carrera era una de las que estaban de moda en aquel tiempo en Colombia, cuando las nuevas generaciones soñaban con cambiar el mundo y buscaban hacerlo justo y equitativo. Ya en los salones de bachillerato las ideas sociales habían conquistado muchos adeptos y los estudiantes de entonces devorábamos libros relacionados con las ciencias sociales. Había entonces gran inquietud por conocer la historia del país que nos contaban los nuevos historiadores, así como las distintas teorías económicas y sociales que se debatían en esos tiempos en todos los foros.
Miles de candidatos se presentaban en todo el país en competencia por algunas decenas de cupos en Sociología en la Universidad Nacional y solo unos cuantos eran elegidos. De Manizales y la región solo fuimos admitidos dos y el grupo de primíparos que colonizamos el Jardín de Freud, al frente del moderno edificio de la carrera de Sociología, aquel lejano año, estaba conformado por estudiantes de diversas regiones del país, lo que mostraba un cuadro muy interesante y variado de estudiantes bogotanos, costeños, llaneros, chocoanos, santandereanos, boyacenses, tolimenses, huilenses, vallunos y de otros departamentos y regiones. No olvido a mis amigos de Moniquirá y Girardot que me llevaron de visita a sus tierras.
La mayoría de los nuevos alumnos llegaban a Bogotá por primera vez y vivían en las residencias universitarias de la Nacional como La Gorgona o la Antonio Nariño, o compartían apartamento con otros estudiantes en diversos lugares de la ciudad y a veces pasaban apuros, hambre, frío, soledad. Pero como mi familia se había traslado a vivir a Bogotá hacía poco y mi hermano ya estudiaba y trabajaba allí, tuve la fortuna de tener casa y la protección de mis padres, por lo que era un privilegiado y nunca me sentí exiliado en la difícil y fría capital, y podía además dedicarme sin descanso a leer y estudiar todos los libros que nos recomendaban, ademas de los que leía por mi vocación literaria, mi jardín secreto desde entonces. Nunca se me ocurrió estudiar literatura, porque yo ya vivía la literatura a fondo, sino disciplinas distintas que ampliaran el horizonte.
La carrera de Sociología tenía mucho prestigio, teniendo en cuenta que entre sus fundadores figuraba el padre Camilo Torres Restrepo y en el cuerpo de profesores estaban registrados maestros de alto rango como el doctor Darío Mesa o el geógrafo Ernesto Gühl, que ejercían la docencia al lado de una pléyade de jóvenes profesores recién graduados en Europa, muchos de los cuales han pasado a la historia por sus libros y su febril actividad intelectual y académica, precursora de la modernidad colombiana.
Los conflictos sociales y estudiantiles de ese entonces en el país, las huelgas repetidas y las batallas campales que se vivían en aquellos predios, interrumpían con frecuencia los estudios, pero aunque poco a poco muchos estudiantes desertaron, o se fueron a otras universidades y carreras o a buscar otros destinos, el paso por esas aulas es inolvidable y crucial en sus vidas.
Muchos de los estudiantes que eligieron entonces carreras como antropología y sociología buscaban situarse en el mundo para descubrir sus arcanos y luchar tal vez por un mundo mejor que dejara atras tanta injusticia y desigualdad y rescatara del olvido a la Colombia profundia sumida en la pobreza y la discriminación.
Aquella fue una generación de idealistas y utópicos que navegaban raudos en la ola de los grandes cambios ocurridos en el mundo después de la revolución cultural en Estados Unidos, Europa y muchos países del llamado Tercer Mundo que disolvió para siempre los remanentes del siglo XIX.
Cada vez que regreso a la Universidad Nacional siento que es mi alma mater, pues como aunque no fue allí donde me gradué finalmente y solo alcancé a estar dos años antes de viajar a estudiar a Francia, en ese campus se abrieron muchas ventanas del saber, el pensamiento, la vida y la realidad de una Colombia que estaba cambiando de manera profunda.
Ahora tal vez a nadie se le ocurra estudiar periodismo o sociología, pero quienes antes intentaron hacerlo y se chocaron con la realidad, son los preocursores de nuevas modas y corrientes en boga en estos tiempos que parecen volver a los idealismos y a las utopías aplazadas por el neoliberalismo y el conservatismo que reinaron hasta hace poco.
Muchos jóvenes ecológicos quieren salvar ahora al planeta, desean proteger a los animales, auscultan el cosmos, manifiestan contra la destrucción de los bosques y las cuencas hídricas, experimentan para crear nuevos nutrientes para saciar el hambre o buscan construir edificios livianios y sustentables. La utopía y la generosidad humanas son cíclicas por fortuna y circulan en redondo volviendo a despuntar cuando menos se piensa.