En latín, ‘emolumentum-i’ significa ‘ventaja, provecho, ganancia, fruto’. De ahí, sobra decirlo, viene nuestro sustantivo ‘emolumento’, definido así por El Diccionario: “”Remuneración adicional que corresponde a un cargo o empleo”. Es una ganancia extra, una retribución. Nada más. En su comentario sobre el libro de Mary Grueso, educadora, además, el columnista Pedro Felipe Hoyos Körbel escribió: “¿Qué más emolumentos hay que proporcionarle a una persona joven hoy en día?” (LA PATRIA, 28/6/2023). Según el contexto, el sustantivo ‘emolumento’ no es el término indicado para expresar la idea del redactor. Si lo interpreté bien –lo contrario es posible–, el apropiado es ‘incentivo’ (‘lo que estimula o anima a hacer algo’) o cualquiera de sus sinónimos: ‘aliciente, acicate, estímulo’, etc. Ejemplos, ‘por la plata baila el perro’, y por una prebenda un congresista actúa en contra de sus principios. Si los tiene.
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Uno de los viceministerios del recién creado ministerio de la Igualdad –llamado también de la Burocracia y la Mermelada– es el de “pueblos étnicos y de campesinos”. ¡Qué enormidad! Si hay pleonasmos de marca mayor, éste es uno de ellos, que le puede arrebatar el primer lugar al clásico ‘uñero en la uña’. Ello es que el sustantivo griego ‘ethnos’, del que provienen el sustantivo ‘etnia’ y el adjetivo ‘étnico’, significa ‘pueblo, raza, linaje, nación; clase, casta’, etc. De tal manera que todos los colombianos, campesinos o no, y de cualquier color de la piel, pertenecemos, de alguna manera, a una ‘etnia’, que El Diccionario define así: “Comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, de religión, etc.”. . Pero qué podemos esperar de estos que dizque nos gobiernan, que con su estúpida ideología dicen ‘todas, todos y todes’, ‘los y las gobernantes’, ‘los nadies y las nadias’, ‘mis ancestros y mis ancestras’, ‘les abogades’... ¡Pobre lenguaje! ¡Pobre país!
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En su artículo para Eje 21, el señor Eduardo Aristizábal P. escribió: “Cuentan los historiadores e investigadores que el origen del diccionario data de 2.300 años antes de Jesucristo y que el primer diccionario de la lengua española se divulgó en 1726 con el nombre de Diccionario de Autoridades, el cual también fue conocido como el Primer Repertorio Lexicográfico” (2/7/2023). Sin embargo, la verdad es otra. Y no lo afirmo yo. Don Sebastián de Covarrubias y Horozco, contemporáneo de Cervantes y Lope, publicó en 1611 el “Tesoro de la lengua castellana o española”. En el 2005, la editorial Alta Fulla publicó la edición preparada por el académico Martín Riquer, que dice en la contraportada: “Capellán de Felipe II, canónigo de la catedral de Cuenca, Sebastián de Covarrubias y Horozco (1539-1613) es sobre todo conocido como autor de este ‘Tesoro’, primer verdadero diccionario de uso de nuestra lengua y en el que había de inspirarse un siglo más tarde, el de la Real Academia”.
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“Med. Acompañado de frío glacial. Fiebre álgida. Período álgido del cólera morbo”. Era ésta la única acepción que los diccionarios le daban al adjetivo ‘álgido-a’. Así hasta la vigésima edición del diccionario de la Academia de la Lengua (1984), que le asigna tres acepciones: “Adj. Muy frío. // 2. Med. Acompañado de frío glacial. Fiebre ÁLGIDA; período ÁLGIDO del cólera morbo. // 3. Dícese del momento o período crítico o culminante de algunos procesos orgánicos, políticos, sociales, etc.”. Pero para su vigésima tercera edición (2014) sus autores le cambiaron el orden a estas acepciones, y pusieron de primera la tercera, y con razón, porque es la que con más frecuencia se emplea el término definido, aunque de manera equivocada con frecuencia, como en la siguiente oración: “El mercado laboral es, sin duda, uno de los temas álgidos de la discusión política, económica y ciudadana” (LA PATRIA, Mateo Becerra Restrepo, Mercado laboral, 30 /6/2023). Haciendo caso omiso de la omnipresente palabra ‘tema’, digo que el adjetivo está en ella mal empleado porque ‘álgido’ no califica un todo, sino una parte de él, por ejemplo, el momento más grave de una crisis cualquiera, la parte más difícil de un problema, el grado más elevado de la inflación, etc. Así, no decimos ‘una crisis álgida’, sino ‘el momento álgido de esta crisis fue....’.