“Estúpido es el que hace estupideces”, obviedad pronunciada por Forrest Gump, protagonista de la novela homónima (1986) de Winston Groom, y personaje interpretado a las mil maravillas por Tom Hanks en la película del mismo nombre (1994). Al recordarla, Jacinto Cruz de Elejalde se despachó con ésta: ‘Tramposo es el que hace cosas fraudulentas’, que aparé al vuelo para explicar el uso apropiado del adjetivo ‘fraudulento-a’, utilizado por el redactor de ‘Supimos que…’ en la siguiente información: “Bogotá. El Grupo Empresarial Arturo Calle advirtió que personas fraudulentas están utilizando su imagen para estafar a los colombianos que se encuentran en busca de empleo” (LA PATRIA, 16/1/2023). La pregunta que hace un lector es si con este adjetivo se pueden calificar personas y cosas. Éstas, nada más. Para Cicerón, el adjetivo latino ‘fraudulentus-a-um’, del que proviene el castellano, quiere decir “lleno de fraude”. El diccionario ideológico de la Lengua Española, de Julio Casares, presenta esta definición: “Engañoso, falaz, que implica fraude”. Y el de María Moliner enseña: “Se aplica a lo que supone o contiene fraude”. Así, sólo pueden calificarse de ‘fraudulentas’ las actividades, conductas, negociaciones, promesas y declaraciones que entrañen ‘mentira, fraude, engaño, trampas’, etc., y a los que las ejercen, practican, entablan, hacen y pronuncian se les puede llamar ‘tramposos, mentirosos, estafadores, defraudadores, timadores, araneros o aranosos’, etcétera, pero no ‘fraudulentos’. Sin embargo, El Diccionario dice únicamente: “Engañoso, falaz”, sin especificar. A pesar de esto, me sostengo en mis trece. 
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Hoy en día llaman “Ninis” a los jóvenes que ‘ni trabajan ni estudian’, que podrían ser también “Nonis”, ‘que no trabajan ni estudian’. La conjunción copulativa ‘ni’ se utiliza para unir frases o elementos negativos, por ejemplo, ‘ni raja ni presta el hacha’, ‘ni chicha ni limoná’, y no puede ser reemplazada por la conjunción disyuntiva ‘o’, infracción cometida por la columnista Beatriz del Carmen Peralta Duque en esta declaración: “Se manifiesta que en el país más de tres millones de jóvenes no trabajan o estudian…” (LA PATRIA, 13/1/2023). “…no trabajan ni estudian…”. Así. 
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Sustantivo, adjetivo, verbo, adverbio, preposición, conjunción e interjección son las partes de la oración gramatical, cada una de las cuales desempeña en ella un oficio que no puede ser usurpado por otra (excepción, la figura retórica ‘enálage’), por ejemplo, un sustantivo no puede hacer las veces de adjetivo, como en la siguiente muestra: “…sobre la forma en que el gobierno nacional viene abordando este tinglado asunto” (LA PATRIA, Juan Álvaro Montoya, 19/1/2023). Ello es que ‘tinglado’ (“tomado del francés antiguo tingler, ‘tapar con piezas de madera los huecos de un maderamen’ – Corominas) no es adjetivo, es un sustantivo que significa ‘cobertizo, tejavana, armazón; artificio, enredo, maquinación, añagaza’, “tablado armado a la ligera”. El ‘asunto’ al que se refiere el columnista es el desencuentro de los gobiernos de Colombia y Guatemala en torno a nuestro dizque ministro de Defensa, Iván Velásquez. Me quedé, entonces, sin saber cuál fue la calificación que Juan Álvaro le dio a ese ‘asunto’: ¿Intrincado? ¿Enmarañado? ¿Espinoso? ¿Molesto? ¿Engañoso? ¿Montado? ¿Escenificado? ¡Hum! Algún avisado lector, dirá que en esa oración ‘tinglado’ es el participio pasivo del verbo ‘tinglar’, que hace las veces de adjetivo. Tampoco, porque ese verbo, que no acoge El Diccionario, es, según M. Moliner, un regionalismo desusado de Chile, que significaba “montar una tabla sobre otra cubriéndola parcialmente”. Coincidencia: cuatro días después, el 24, la columnista de El Tiempo Yolanda Reyes empleó ‘tinglado’ en esta afirmación: “Esa tragedia simbólica –la de ser distorsionadas, malentendidas, expulsadas de las lenguas oficiales con sus tinglados de protocolos y de pruebas– estimula el abuso”. Aludía a la palabra usada por la niña nukak al describir el abuso al que fue sometida presuntamente por un soldado. Si con ‘tinglado’ quiso decir ‘combinación, suma o entramado de ardides, tretas o artimañas’ de que se valen, por ejemplo, los abogados defensores para defender a sus clientes, la columnista atinó, dio en el blanco. O le sonó la flauta.