No soy de fechas comerciales, pero el Día de la Madre, después de una introspección profunda, decidí dedicar mi columna a Lety, mi mamá. Este es el mejor regalo que puedo darle, antes de que se pierda del todo en sus recuerdos. Ella se está yendo lentamente.
Lety fue diagnosticada hace un par de años (a sus 80) con Alzheimer tardío, pero la evolución ha sido acelerada. Cuando eso sucedió, me senté con una gran amiga, quien fuera mi psicóloga mucho tiempo, a hacer catarsis. Leímos acerca del origen emocional de esta enfermedad, la conexión cuerpo y mente, es innegable.
Todo tuvo sentido para mí, entender el origen de esta temida forma de demencia, ayuda en el proceso de duelo. Según el ‘Diccionario de Biodescodificación’ el Alzheimer es una “enfermedad frecuentemente relacionada con el deseo de huir de las realidades de este mundo y ya no querer tomar responsabilidades”. Es una forma de escape de la realidad, que busca el regreso a la supuesta seguridad de la infancia, a la exigencia de cuidados y atención, como una forma de controlar a quienes nos rodean. Y sí, hoy yo soy la mamá de mi mamá.
¡Lety tuvo una vida dura, seguro la quiso olvidar!. Era la mayor entre seis hermanas, la sacaron de estudiar cuando terminó la primaria para que ayudara a cuidarlas. Ahí empezó a cargarse de responsabilidades ajenas.
A sus quince años, tesa y autodidacta, aprendió mecanografía con un manual, así como taquigrafía en el SENA. Necesitaba empezar a trabajar, la situación económica lo ameritaba, mi abuelo era carpintero, y había muchas bocas por alimentar; además murió muy joven, dejando a Lety a cargo de la familia. Fue secretaria toda su vida laboral. Ella hubiera dicho “secretaria ejecutiva”. Excesivamente responsable y diligente siempre.
En el camino apareció mi papá, lo amó con locura, literal, un amor enfermizo, era una relación completamente disfuncional. Y como consecuencia llegué yo, para ese entonces Lety sufría de depresión, tratada con fármacos, nada de psicoterapia.
Queriendo romper con todo, decidió volver a Manizales (vivíamos en Bogotá), yo era una niña, pidió traslado del IDEMA, pero la historia feliz sólo duró 9 meses, pues cerraron la regional, fueron épocas duras. Recuerdo que planchaba la ropa de una vecina, a cambio de mis desayunos. También pidió beca en mi colegio (privado y de religiosas), siempre procuró lo mejor para mí, pese a los pocos recursos.
El trabajo volvió, también decidió cursar su bachillerato en modalidad nocturna, era una alumna destacada, pero el sueño se truncó en cuarto (hoy noveno), pues a sus cuarenta años, fue pensionada por invalidez, por una extraña enfermedad degenerativa de músculos: miastenia gravis; varios años de hospitalización y dificultades económicas, justo ad portas de mi universidad. Pero a ella nada le quedaba grande, como también sabía coser, completaba sus ingresos con las costuras, lo hacía hasta altas horas de la noche. Así hasta verme alcanzar el título. Sus luchas no pararon ahí, tuvo muchas más. Pero siempre con un corazón generoso y dispuesto a dar a quien fuera, repetía: “uno no da de lo que le sobra, sino que comparte lo que tiene”.
Lety encarna la lucha de muchas mamás, con más o menos posibilidades. No hay amor más grande que el que una madre siente por sus hijos. Por eso hoy, estas líneas son para ella, para decirle gracias: por lo que soy, por ser incondicional, por haber respetado siempre todas mis decisiones, por enseñarme el valor de la independencia económica y por cada aprendizaje que sin ser consciente, reflejo en mis acciones. Lety ahora que todavía lees y sabe quién soy yo, te hago este homenaje lleno de amor y gratitud.