¿Qué hicimos para merecer esto? Me preguntaba cuando el resultado ya jugaba en contra. Renuncié a ver el simultáneo Manchester-Arsenal, el partido más importante de la liga inglesa piara poner mis ojos, vacíos de fútbol, en el partido del Once Caldas.
Sin público no había miedo escénico. Ni tensión desde las tribunas. Por eso se jugó con mayor naturalidad, sin elevar los estándares porque en la situación actual, "el palo no está para cucharas". No hay espacio para exquisiteces y, de paso, los futbolistas no las tienen.
El Once no regaló fútbol, pero derrochó ganas. Salió de la adversidad instalado con frecuencia en campo ajeno, con mayor volumen de ataque y selló un empate que pudo ser victoria.
En la cancha, otro Dayro. Parecido al de antes, ambicioso, insistente. Líder en el ataque con su gol y sus ocasiones. Tuvo como enemigos al VAR, su reiteración en el fuera de lugar al que llega por la ansiedad con que él y sus asistentes de gol juegan; el palo lateral y algunas pequeñas dosis de reclamos, pero esta vez con el control, en general, de sus emociones.
Logró el Once Caldas neutralizar a su rival, el Chicó de presente destacado. Sacó fuerzas de flaquezas, sin amilanarse. Mostró carácter pero su juego no tiene identidad.
Se mantienen, en la catarsis, las tentativas de Pedro Sarmiento y sus asesores de descifrar la nómina, lo que cuesta por la inestabilidad en el rendimiento y la discontinuidad en el juego. Se siente, así se maquille, que la situación estadística está en crisis y el punto no libera, pero da un aliento.
Entre tanto crece la polémica por la sanción a los hinchas buenos por lo que hacen los malos. Los que tienen ceniza en la cabeza. Por los castigos inequitativos de la Dimayor y la ausencia de respuestas para quienes exigen el regreso del dinero por los abonos comprados y no utilizados.
Persiste la indignación, por los hechos violentos del reciente pasado. La salvaje agresividad sobre las unidades de logística, especialmente las jóvenes mujeres indefensas que pusieron "el pecho y el alma" para proteger a los jugadores. Causaban escalofríos los vándalos , en el furor de la barbarie, cuchillo en mano, buscando sus víctimas.
Violencia que se extiende a las canchas populares. A los recientes hechos, con escandalosos testimonios gráficos, se suma la agresión a Elkin Soto a quien le rompieron un pómulo, en un partido en Villamaría y el conato de pelea en el cierre del torneo en "La Asunción", que ganó El Solferino, por fortuna sofocado por la Polícia. Créanme: qué mal andamos.
P.D.: En el Once Caldas, peor que una lengua desbordada es un oído chismoso. El gobierno de las habladurías, con el silencio de los voceros, cumple su tarea destructiva.