Los últimos triunfos, el récord de Dayro y la expectativa de ganar de nuevo, crean un ambiente diferente para el partido del domingo ante Envigado.
Los procesos se afirman desde los resultados, que son la mejor cara, sobre todo cuando se intenta salir de una crisis.
Lo consiguió el Once Caldas, con los saldos de los recientes partidos, en los que aplastó pronósticos, mostró una versión distinta de su fútbol y dominó a domicilio, a rivales con mejores nóminas, mayor inversión y fuertes aspiraciones.
No fue tarea fácil silenciar El Campín y enardecer el estadio del Cali, lo que tiene un mérito, para aplaudir y celebrar. Pero en el fútbol las victorias son breves, por el vértigo de la competencia corre rápido la pelota, no hay tiempo para celebrar y el partido más importante es el próximo.
La tarea a cumplir está inconclusa. No se debe atender lo ocurrido con desbordes, conociendo que en el Once las victorias son efímeras y la constante es el fracaso. Cinco años y algo más de salidas en falso, no se borran de la noche a la mañana con dos victorias en línea.
Los resultados temporales no pueden ser el origen para la explosión desenfrenada con despropósitos en la celebración. Aunque hacerse fuerte en la debilidad, como ocurrió en momentos críticos, requiere fortaleza anímica pero debe acompañarse de continuidad en el rendimiento, lo que la afición espera.
Tan emocionales son los resultados, que ya se lanzan conjeturas sobre la clasificación, la sucesión de las victorias y la venta de humo con respecto al futuro.
Un equipo mal confeccionado, barato en los fichajes, con bajo rendimiento, no pasa a ser efectivo y productivo de la noche a la mañana.
En ese desenfreno tras los triunfos, Hernán Darío Herrera tiene sus aportes. Se quejó en la derrota ante Pereira, por la escasez de su nómina, porque los jugadores que él quería tomaron otro rumbo, sin aclarar que se rehusaron a llegar al Once Caldas, seducidos por mejores ofertas. Discurso el suyo preconcebido desde los despachos de los dirigentes.
No es razonable, además, que el técnico encrespe el ambiente anunciando que, para el próximo futuro, quiere a Pabón, a Giovanni Moreno y a Jeferson Duque, jugadores privilegiados con ingresos millonarios, en Atlético Nacional. Así estén libres.
El tema trillado es que tienen calidad en sus botines, pero son de avanzada edad para la competencia, que sus sueldos han sido, para el medio, estrafalarios y que limitado es el poder de inversión de los dirigentes albos.
Existió la expectativa por el fichaje de uno o dos jugadores necesarios, en los últimos días, pero se cerró el libro de vinculaciones y solo un ecuatoriano, Stalin Valencia, joven, pero de presente y futuro inciertos, apareció a última hora y silencioso.
No se ve su firma como una solución inmediata, sino como un convenio por conveniencia, como ocurrió hace un tiempo con Gallardo, el argentino, o Méndez el panameño.
No hay garantía sobre su rendimiento. Si llega a formarse o a competir. Si es una apuesta para el presente o para el futuro.
Debería Herrera prenderle una vela a James Aguirre, portero sensación en su veteranía con sus formidables actuaciones quien, a propósito, no actuará en los dos próximos partidos. Y a Dayro, porque juegue bien o mal, es motivo de inspiración con sus goles, para apuntalar la mejoría.
Siempre se ha dicho que al calor del resultado, puedes ser un loco o un genio. En tantas ocasiones los buenos resultados, son trampas, porque enmascaran las realidades que subyacen en un equipo, las que ante cualquier contraste, disparan de nuevo la sensación de pánico.
Por eso “prudencia obliga” cuando aparecen los desbordes pasionales en las derrotas o ante la celebración entusiasta y desbordada por dos victorias.