Dayro redimió al Once Caldas, cuando más lo necesitaba. Inventó un gol de la nada, mientras desesperado deambulaba sin control. El balón ocasional le llegó cuando se paseaba en la frontal del área, con su olfato activo, esperando la última oportunidad.
Fulminante su disparo, maniobra espectacular, incluido el pase previo de Alejandro García, quien llegó al partido a tragarse la cancha y lo consiguió.
Como la rosca de Arce para el empate, que abonó el camino para el triunfo significativo, que se consiguió por la solidaridad y el compromiso colectivo. Con vacíos visibles en sus estructuras, en el movimiento de las fichas y en las alternativas tácticas que no aclararon el rendimiento, sino que lo confundieron.
Difícil resultó aprovechar la inferioridad numérica de su rival, que jugó más de una hora con 10. Fue la esperada noche del registro histórico, que desplazó por un día la importancia del resultado, pero con el paso de las fechas, las prioridades volverán a su normalidad.
No queda duda de que el Once, en su remozada versión, autoritario y ganador, marcha al remolque de los goles de Dayro, de la calidad indiscutida de Arce, del fútbol laborioso, claro e incansable de Mateo García, de la precisión del anticipo de Palacios, grata revelación, del reencuentro con su fútbol de Gustavo Torres, la firmeza del portero Aguirre y el aliento festivo de la afición. Hay salud en su interior.
Llaman la atención los excesos de Herrera, el entrenador, con sus regaños descontrolados a los chicos, con mínima tolerancia al error. A los grandes no los puede tocar.
Evolucionado está el equipo, se ve y se siente en la cancha. Logra, en ocasiones, como en los goles y una capacidad de maniobra espectacular. Aunque ante el Medellín al comienzo del partido, dejó tantas dudas, sobre todo en el bloque defensivo por su peligrosa profundidad, con pocos ajustes posteriores y sin variantes alternativas para mejorar.
Hay razones que la propia razón no ve. Por eso en medio de esta borrachera de elogios justificados para Dayro, oportuno es subrayar lo que no marcha bien. La clasificación está a la mano, pero muchos clubes se estancaron alguna vez, cuando nadaban cerca de la orilla porque frente a los errores no supieron corregir.
Le ocurrió alguna vez a Pecoso Castro en Millonarios, con 21 puntos, cayó al fango de los malos resultados y no pudo salir.
Atención con los ojos que no ven, enceguecidos por la pasión. (Espera, en próxima entrega, una visión de Dayro el depredador).