Dos puntos menos. Empieza el tortuoso proceso que aleja al Once de la punta y lo acerca al descenso. No gana, multiplica los insultos y reduce los aplausos.
Miseria en ataque. El gol del empate, sorpresivo. El penalti salió de la nada, cuando no registraba un disparo directo. El primero, el del Tolima, "de galleta" por la dificultad para salir jugando, la lentitud para hacerlo y la ausencia de movilidad para marcar líneas de pase.
Por eso la pérdida con riesgo y el gol en contra.
Con volumen de juego medio, pero improductivo. Sherman juguetón e influyente, le gusta el balón, pero en ocasiones se ve solo. Rodríguez, Celis y García, sus socios, tienen preferencia, en el libreto, por las tareas destructivas. Los laterales confunden sus salidas ofensivas.
Dayro con su pasión y su infinita fe, sufre aislado. Lejos del área, peleando con sus compañeros o consigo mismo, porque cada pelota que se le acerca es una rifa.
El fútbol del Once tiene entusiasmo desordenado. Su elaboración es lenta, su retroceso es pasivo. Su tenencia es constante, pero la calidad es episódica, más dispuesto a la confrontación física.
No se trata de tener el balón en los pies o moverlo de un lado al otro, es darle utilidad, profundidad; es pasar o conducir, asistir o llegar.
Al final, sin el placer del triunfo, la "hora loca", con arremetidas desbocadas atacando espacios interiores, olvidando las bandas, con disturbios frente al área rival y futbolistas alternantes con energía y poco futbol, fuera de forma.
Tolima celebró el empate como un triunfo. El Once, estaba en los rostros de los jugadores, lo vio como una derrota.
Menudo lío este, en el que el técnico se empeña, sin éxito, en cambiar la forma de jugar, pero no encuentra su cacareada forma de ganar.
Campaña incipiente aún, en pañales, que agota la paciencia. Abruma el escepticismo. ¿llegará el cambio? Como dice Rigo Urán, "qué voy a saber guevón".