Me gusta el Once Caldas y lo defiendo sin desfallecimiento. No tengo límites en la fidelidad. Soy un estoico más de los tantos que abundan, que razonan los triunfos y asimilan las derrotas con márgenes generosos de tolerancia.
Tan fácil era adoptar otros afectos con menos sufrimiento. Ser, por ejemplo, del Real Madrid, del Manchester, del Boca, River, Nacional, Millonarios, Santa Fe, Peñarol o América. O de un onceno exótico y lejano como Laferrere en Argentina, Hellas Verona en Italia u Osasuna en España.
El fútbol y el blanco una pasión inherente a mi vida, desde chico. Y lo fue desde mis recorridos infantiles y juveniles, cancha por cancha, cotejando con ídolos nacientes, muchos malogrados, aprendiendo de ellos destrezas, las que luego practicaba.
Tertuliando, escuchando las historias de los ídolos consagrados en la radio o admirando los afiches pegados a las paredes de sastrerías, zapaterías y tiendas.
Siempre quise ser un crítico enérgico y respetuoso.
Digiero los fracasos, sin complicidad silenciosa, frente a las equivocadas decisiones de dirigentes y entrenadores. No acepto gato por liebre.
El caso de Billy Arce, fichaje ecuatoriano, despierta expectativas de los hinchas, pero no las garantiza.
Soñadora explosión tuvo cuando arrancó, lo que le mereció saltar de los clubes regionales a equipos chicos de grandes ligas. Pero sus proyectos de consagración se malograron, por su falta de sacrificio y su reiterada indisciplina. Por eso terminó como suplente, un breve recorrido en Pasto.
Talento tiene, exhibido con irregularidad. Posee fino toque, es un liviano pasador con recursos, camina la cancha y no trasciende en el juego dinámico, intenso, que quiere Sarmiento y el Once necesita.
Es una incógnita como los también anunciados Juan David cuesta y Johar Mejía, aunque merecen un margen de confianza, como lo tuvo y malogró Gallardo, el último fiasco.
Los futbolistas adquiridos con expectativas son un susurro, un alivio, para los aficionados. No solo con Arce, Mejía y Cuesta, se alienta una esperanza. Dos o tres más que marquen diferencia deben reclutarse.
No se consiguen con facilidad, cuando la voluntad en la renovación choca con las escasas ambiciones, o los limitados conocimientos.