El Once Caldas tiene presidente. Su nombre se hará público el fin de semana. Es de la entraña de su propietario. Su nombre no ha sido visible en el abanico de candidatos que se rumora ocuparían el cargo. Ha habido demasiadas especulaciones al respecto.
Llegará con algunos directivos para el partido con Pasto, con el objetivo de llenar el vacío de poder existente y tranquilizar los jugadores en su desconcierto.
Respecto al rendimiento del equipo en los últimos partidos, el riesgo del ego que aparece y que influye en el rendimiento.
Con la burguesía que le quita la ferocidad a las disputas, aumentan las justificaciones y se incrementan los errores, que por repetidos y no admitidos, se rechazan.
Duele cuando se ve venir el golpe, sin la capacidad para trazar estrategias, de acuerdo con la nómina, la calidad de los rivales o los vicios y virtudes reconocidos.
Cuando se aprecian los errores y no se corrigen.
En Valledupar, al Once Caldas lo arrasó su mundo interior. Golpeado y sin reacción desde el comienzo, perdió como ocurre en el boxeo por la vía rápida, por desatenciones.
Sobrevalorados en ocasiones los futbolistas y sus éxitos, "se comieron el cuento" de los triunfos como trámite, dada la calidad exhibida en partidos anteriores.
Cada duelo es diferente, cada reto tiene otros matices con más fútbol y más esfuerzo, cuando se eleva el nivel competitivo o cuando los objetivos son de alto vuelo.
El dividendo no solo es el aplauso. Es la felicidad del pueblo, es la tabla, son las celebraciones que no tienen precio.
La excitación del público cuando llegan los puntos, es proporcional a su desencanto y a sus disgustos cuando aparecen las derrotas.
Por eso las caídas, como las dos anteriores, tocan profundo el corazón del público, especialmente cuando el nivel es discreto y el rival no tiene renombre.
Cuando la cancha se inclina en contra, se discuten el rendimiento y la calidad de los protagonistas.
Sin Dayro, sin Hernández, su reemplazo. Sin Palacios quien estaba en la cancha, como el anterior, pero no estaba. Con destellos de Lucas Ríos y Alejo García, reducida la influencia de Mateo y de Aguirre.
Con parálisis en el rendimiento de Barrios, de Riquett e inconsistencia en las marcas de los laterales, Cuesta y Patiño, como acelerador de los errores defensivos, que se ven y no se enmiendan.
El Once ha dependido en las últimas jornadas de los impulsos individuales. Sin estrategias que potencien su fútbol, el que ya se vio hace semanas, para justificar la que fue hasta hace poco una espléndida campaña.
No es hora aún de la rendición general de cuentas. Pero sí el momento de templar la mano en el vestuario. Para convertir de nuevo los sueños en realidades, con la prioridad en las victorias.